• Procesión: Mc 11,1-11: Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Hosanna en el cielo!
  • Primera lectura: Is 50,4-7: El Señor me ha dado labios persuasivos.
  • Salmo Responsorial: 21: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?
  •  Segunda lectura: Filp 2,6-11: Se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo.
  • Evangelio:  Mc 14,1-15,47: Realmente este hombre era hijo de Dios.

Color: ROJO.  II Semana del Salterio

Neptalí Díaz Villán

¡Hosanna!: Para cualquier judío, llegar a Jerusalén representaba una inmensa alegría. Eran normales las caravanas de gente de diferentes regiones que peregrinaban hacia Jerusalén con el fin de celebrar la fiesta de la Pascua. Betania era algo así como la última estación, a escasos 2.800 metros. Allí solían pasar la noche para madrugar, continuar y llegar por la mañana. Tomaban una ascensión de un kilómetro por la vertiente oriental del Monte de los Olivos y luego un rápido descenso hacia la puerta dorada y el templo.

Aquella mañana de Nisán (mes en el que se celebraba la Pascua), fue animada, como era común, por oraciones, cánticos y salmos de las caravanas, que manifestaban los deseos de libertad. La Pascua era fundamentalmente la fiesta de la liberación, en memoria de la Pascua (paso) de los israelitas desde Egipto hacia la Tierra Prometida.

Según la enseñanza de los rabinos, Dios habitaba fundamentalmente en el templo. Todos iban con la esperanza de encontrase con Dios, orar y tomar fuerzas para seguir viviendo. Entre las caravanas, y con toda la emoción por las cosas de su Padre, mezclada con la frustración de ver a su pueblo humillado por tantas fuerzas desintegradoras, iba Jesús con sus discípulos y discípulas. La cercanía del templo, la conmemoración de la Pascua y todo su ambiente de fiesta, que hundía sus raíces en lo más profundo del inconsciente colectivo del pueblo, hacía despertar las esperanzas de los peregrinos.

Cada vez que se acercaban subía más la emoción. A cualquiera se le ocurría gritar: ¡Hosanna! y todo el pueblo respondía: ¡Hosanna! Así como en una fiesta de bodas cualquiera puede gritar: ¡Qué vivan los novios! Y todos responden: ¡Que vivan! Hosanna, significa “Sálvanos de lo alto”. Era un grito de tinte nacionalista, que encarnaba la esperanza del pueblo de verse libre de toda esclavitud. En medio de la algarabía, de la alegría y de la frustración por la dura situación, de pronto, alguien que conocía a Jesús, de manera espontánea clamó con voz fuerte: “¡Viva, Jesús. Viva el rey de los judíos!” Y la emoción contagió a la gente que respondió a los gritos. El rumor se corría: “Aquí va el Mesías”. Probablemente, los discípulos fueron los más entusiasmados y los que más animaron.

Los evangelistas lo presentan entrando en un borrico, en referencia del profeta Zacarías 9,9: “¡Salta de alegría, hija de Sión! ¡Lanza gritos de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey. Es justo y protegido de Dios, sencillo y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna”.

Jesús no fue recibido con aplausos y ramos en Jerusalén. Allí era un total desconocido. (Cuando lo fueron a detener, Judas tuvo que identificarlo con un beso – Mc 14,43-53). Fue la gente que lo acompañaba quien, emocionada, batió los ramos que solían llevar a la Pascua, tendieron sus capas y gritaron ¡Hosanna! Fue una manifestación espontánea y un grito cargado de esperanza en medio de la crisis y de la humillación. En Jesús vieron reflejado al Mesías esperado, al Hijo de David, que los podía liberar del sometimiento criollo y extranjero.

Hace unos años, la entrada de Jesús a Jerusalén era interpretada por algunos teólogos como un intento por tomarse el poder político. Hoy esta hipótesis está descartada. Otros, en el lado opuesto, la llaman entrada triunfal y le acomodan una música celestial entonada por ángeles, dándole un carácter meramente espiritual. “Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, decían nuestras abuelas.

No fue una toma del poder, eso era contrario al evangelio de Jesús. Además, si hubiera sido un intento de toma, inmediatamente habría intervenido el ejército romano siempre listo para actuar, más en tiempo de pascua cuando se reforzaba la guardia por los “normales” disturbios que se presentaban. Pero tampoco fue la entrada triunfal del rey del cielo que viniera  rescatar las almas atrapadas por el diablo y conducirlas al cielo.

Fue una manifestación espontánea y pacífica. Es posible que entre quienes gritaron hubieran algunos guerrilleros celotes, o simpatizantes de estos, pues éste era un grupo muy aceptado, sobre todo en Galilea, la tierra de Jesús. Pero no fue una manifestación violenta y, menos, un intento por tomarse el poder. Fue una manifestación religiosa que integraba la vida entera.

Jesús no fue una persona ingenua que aceptara todo poder. Él no estaba de acuerdo con el centro político romano (Mc 10,42; 12,47), pero no intentó suplantarlo para imponer otro, tal vez con los mismos vicios. ¡Claro que Jesús quería el cambio! Y no solo el cambio religioso, sino también el cambio político, económico y social. Soñaba con un mundo nuevo, con una nueva organización que garantizara la justicia y el derecho: lo que él llamó el Reino de Dios. Pero la consecución de ese reino se lograba de manera procesual y pacífica, no con las armas. 

Jesús asumió el compromiso del Siervo sufriente (Is 50,4-7 primera lectura.) que enfrenta la injusticia desde la debilidad de su humilde condición humana y confía en que Dios le da la fuerza para trasformar el sistema vigente. Como lo sugiere la Carta a los Filipenses (segunda lectura), Jesús no buscó la auto exaltación ni la vanagloria, sino la transformación de la vida humana desde abajo, desde el servicio, desde el anonadamiento; es decir, desde el despojo de todo lo banal. Desde allí exaltó los valores que conducen a una humanidad renovada y renovadora.

En aquella época no se hablaba del “cuarto poder”, ni existían los imperios de la “comunicación” que manipulan la información a favor de sus dueños, como ahora. Pero con una destreza muy propia de los periodistas vendidos al sistema, la maquinaria que maniobraba los hilos del poder, aprovechó la ignorancia de la gente y su poca capacidad de crítica para venderle la idea (de) que ese tal Jesús era un tipo peligroso. Era la propaganda sucia que está muy de moda hoy, pero que en ese tiempo ya se usaba.

Entonces los mismos que lo aclamaron con Hosannas y ramos, y pusieron sus túnicas como alfombra para que pasara el “rey de Israel”, fueron quienes pidieron su muerte. ¡Qué peligro! Con alguna frecuencia personas o sociedades con muchos vacíos y graves desajustes psicológicos o fisiológicos, terminan odiando e incluso pidiendo o propinando la muerte a quienes han jurado “amor eterno”. Que no nos vaya a pasar lo mismo…

Mataron a Jesús… y si no fuera porque Dios le dio la razón, estaríamos recordando a un muerto más en la lista de tantos proscritos por el poder homicida. A un soñador más que sucumbió ante la aplastante realidad que mata el espíritu emancipado. Y ésta sería una crónica más de una condena premeditada y de un juicio amañado. Pero no estamos hablando de un fracasado. Estamos hablando de aquel que murió y resucitó, y sigue vivo dándole la razón a los que luchan por la justicia y a los que no aceptan el poder que aplasta al inocente; a los que sueñan con una nueva humanidad y a los que esperan contra toda esperanza (Rom 4,18).

¡Hosanna por esa presencia viva!

Oh Dios, Padre, bendito seas por el testimonio de verdad y de amor de tu Hijo Jesucristo. Gracias por su grandeza humana, su victoria sobre todas las fuerzas que desintegran nuestra vida y nos desvían de la auténtica felicidad. Gracias por su humildad, su sencillez, su cercanía a todos los seres humanos: justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra.”

Bendito seas, Jesús, Hosanna, bendito seas. Te reconocemos vivo, victorioso, vencedor de la muerte… Hosanna, bienvenido a nuestra vida, a nuestros hogares, a nuestras comunidades, a nuestros corazones… tú eres nuestro huésped, nuestro invitado permanente, nuestro inspirador, nuestro compañero de camino, Hosanna…

Inúndanos con la fuerza de tu Espíritu para que seamos, como tú, vencedores de todos los peligros, de todos los obstáculos, humildes testigos de la fuerza salvadora de Dios, comunicadores de vida, alegría y plenitud Amén, Amén, Amén…

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