• Salmo Responsorial: 104,1-2.3-4.6-7.8-9: “El Señor se acuerda de su alianza eternamente”.
  • Evangelio. Mc 1,40-45: “Si quieres, puedes limpiarme”.

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En la Biblia, el corazón no es solo el órgano físico, sino el centro de la persona, donde nacen los pensamientos, los deseos y las decisiones. Es el lugar donde se encuentra la voluntad y la fe. En la Lectura de hoy de la Carta a los hebreos, se nos advierte: “No endurezcan su corazón”. No debemos, por tanto, cerrar nuestro interior a la voz de Dios ni resistir su amor. Un corazón endurecido es uno que no escucha, que se resiste a la gracia y al cambio. Hoy, también, Jesús nos llama a tener un corazón abierto, dispuesto a ser transformado por su amor y misericordia.

San Juan Eudes nos invita a reflexionar sobre el corazón de Jesús: «El corazón de Jesús es el horno ardiente del amor divino». Este amor es el que vemos en acción en el Evangelio de hoy cuando Jesús se encuentra con un leproso que se arrodilla ante Él y le suplica: «Si quieres, puedes limpiarme». Movido por la compasión, Jesús extiende la mano, lo toca y le dice: “Quiero, queda limpio”; acto radical, no solo de sanación física, sino de amor profundo. En tiempos de Jesús, los leprosos eran marginados y considerados impuros. Vivían fuera de las ciudades, en comunidades aisladas, y se les prohibía acercarse a otras personas. Se estima que en esa época había muchas personas que sufrían esta enfermedad, condenadas a una vida de soledad y rechazo. No solo enfrentaban el dolor físico de la lepra, sino también el aislamiento social y religioso.

El toque de Jesús es significativo porque, según la ley, tocar a un leproso hacía a la persona ritualmente impura. Sin temer a la impureza, el maestro se deja conducir por la compasión y, por tanto, rompe con restricción. Su toque, no solo cura el cuerpo del hombre, sino que le devuelve la dignidad y lo retorna a la comunidad. El leproso ya no es un marginado, sino, más bien, un nuevo miembro de la actividad social, familiar y de todo lo religioso.

Te invito hoy a escuchar la voz del Señor y no endurecer el corazón como lo canta el salmista. Este canto puede conectarse con la historia del leproso: su corazón estaba lleno de fe, confiado en que Jesús podía sanarlo. Esa fe abrió las puertas a su sanación. También nosotros, cuando escuchamos la voz de Dios y abrimos nuestro corazón a su acción, experimentamos la transformación que Él quiere obrar en nuestra vida.

El Evangelio nos invita, pues, a reflexionar sobre la importancia del toque, no solo en términos físicos, sino espirituales. En un mundo donde tantas personas viven aisladas, ya sea por enfermedades, prejuicios o soledad, nuestro “toque” de amor, de compasión y cercanía puede hacer una diferencia enorme. Con un toque lleno de amor podemos restaurar vidas y devolver la dignidad a los demás. Pidamos cada día, y en especial hoy, tener un corazón sensible, dispuesto a escuchar a Dios y a tocar la vida de los demás con el mismo amor y compasión con los que Jesús tocó al leproso.

(Guía Mensual)

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