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  • Primera Lectura. I Sam 4, 1-11: “Cuando el Arca de la Alianza del Señor llegó al campamento, todo Israel lanzó a pleno pulmón el alarido de guerra”.
  • Salmo Responsorial: 43, 10-11.14-15.24-25: “Redímenos, Señor, por tu misericordia”.
  • Evangelio. Mc 1, 40-45: “Si quieres, puedes limpiarme”.

Existe una ley de vida aplicable a todos: experimentaremos el sufrimiento y la dificultad en algún momento de nuestro paso por esta vida. El pueblo de Dios hoy atraviesa el dolor y una pérdida profunda según el libro de Samuel. Han perdido la batalla ante los filisteos paganos y se les ha despojado de lo más sagrado: el Arca de la Alianza del Señor. El pueblo ha sido derrotado y la presencia palpable y visible del Arca, cofre sagrado donde estaban guardados los escritos de los Diez Mandamientos, se lo han robado. De valor simbólico, espiritual y tangible, el Arca había acompañado al pueblo por su marcha por el desierto. Mediante el Arca el pueblo podía sentir la presencia de su Dios así como su protección, guía y presencia.

Como lo canta el salmista, el pueblo se siente saqueado, burlado y rodeado por el enemigo mientras piensa que Dios duerme, esconde su rostro y se olvida de su desgracia y opresión. Resulta fácil experimentar una fe robusta y fuerte cuando todo va bien y cuando las cosas fluyen como nosotros lo deseamos. Sin embargo, los momentos difíciles y tormentosos vendrán y, en esas circunstancias, nuestra fe debe estar presta a también permitir que la vida transcurra. Dios sigue presente, aunque, a veces, transitemos momentos duros. Mediante la oración, la meditación y contemplación de su Palabra, la presencia nuestra en la Eucaristía y sacramentos y hasta en el acompañamiento de alguna persona de fe podemos mantenernos a flote.

Si vivimos con actitud de fe apoyándonos en la memoria de momentos agradables donde nos supimos acompañados y amados tendremos de qué aferrarnos. Dios siempre ha estado, está y estará. Si no lo vemos no se debe a que Él se esconde. Nada más falso. Jesús constantemente se acerca, extiende su mano y nos toca. Somos nosotros que no le llamamos con la fe necesaria. Hoy, como con el leproso, supliquemos con fe para que podamos abrir los ojos y experimentar su misericordia. Dios nunca duerme, siempre nos ayuda a levantar y nos muestra su rostro aun en esos momentos de desgracia, opresión, confusión y dudas.

(Guía Litúrgica)

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