- Primera lectura. Dt 26, 16-19: “Hoy te manda el Señor, tu Dios, que cumplas estos mandatos y decretos”.
- Salmo Responsorial. 118, 1-2.4-5.7-8: “Dichoso el que camina en la voluntad del Señor”.
- Evangelio Mt 5, 20-26: “Si no son mejores que los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos”.
Color: MORADO
“Nuestro corazón está hecho para el amor”
Hay que repetirlo cuantas veces sea necesario: la relación de Dios con la humanidad es una historia de amor. Por amor creó al hombre, por amor hizo una alianza con el pueblo judío, y por amor hizo una alianza con toda la humanidad a través de su Hijo Jesús.
La primera lectura de hoy nos habla de la alianza que el Señor Dios hizo con el pueblo hebreo: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” ((Dt 26, 16-19). De esta manera, el pueblo se comprometió a tener a Dios como su único Dios: Hoy te has comprometido con el Señor a que Él sea tu Dios, a ir por sus caminos… y a escuchar su voz”.
Son caminos y leyes que nacen del amor y de la sabiduría, buscando la felicidad del pueblo. Dios no es un déspota que exige a los judíos unos mandatos arbitrarios. Son normas que conducen a vivir con alegría, a la felicidad. Para lograrlo, es necesario vivir en fidelidad a la alianza, ser honestos y sinceros con Dios y con uno mismo.
En el Evangelio Jesús nos exhorta al amor más perfecto. Amar es querer el bien del otro. No amamos para buscar nuestro bien, sino por el bien de los demás. Así crecemos como personas. El ser humano, afirmó el Concilio Vaticano II, “no puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (cfr. Gaudium et Spes, 24).
En efecto, el amor es la vocación humana por excelencia, es decir, hemos sido creados para amar. Como ha escrito San Juan Pablo II, “el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (Redemptor Hominis, 10).
Por tanto, nuestra relación con los demás, incluso con los enemigos, debe estar presidida por el amor, porque nuestro corazón está hecho para el amor. Nunca llegaremos a esa meta si en nuestro corazón anida el odio, la violencia o el desamor hacia cualquier persona, ya que nuestro amor tiene su fundamento y su plenitud en el amor que Dios nos ha revelado en Cristo. (Gaudium et Spes, 22).
(Guía Litúrgica)
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