• Primera lectura. Jue 13,2-7.24-25a: “Concebirás y darás a luz un hijo: ten cuidado de no beber vino ni licor, ni comer nada impuro; porque el niño estará consagrado a Dios desde antes de nacer hasta el día de su muerte”.
  • Salmo Responsorial: 70,3-4a.5-6ab.16-17: “Que mi boca esté llena de tu alabanza y cante tu gloria”.
  • Evangelio. Lc 1,5-25: “No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan”.

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Las lecturas de hoy tienen un singular parecido, ambas hablan del anuncio de un nacimiento, en el que Dios interviene haciendo un milagro, ya que las madres eran estériles. Se trata de dos historias muy conocidas por nosotros: la de Sansón y la de Juan el Bautista. La historia de ambos ha comenzado con la irrupción de Dios para quien ellos quedarán consagrados desde su nacimiento, uno para liberar a su pueblo de la esclavitud sirviendo como Juez y el otro para hablar de la conversión y del pecado sirviendo como profeta y precursor del Mesías. Consagrarse a Dios exigirá de ellos una vida de pureza, una vida sin tacha, libre de todo vicio y de los placeres desordenados. Ciertamente, servir al Señor requiere vivir con cierta dignidad la vida cristiana.

Dios también a nosotros nos ha llamado y nos ha destinado en Cristo a ser sus hijos, a ser sus servidores; Dios nos invita constantemente a ser santos como El es santo. La santidad hermanos consiste en vivir el evangelio y su justicia. En hacer las cosas ordinarias de la vida, de forma extraordinarias. A veces pensamos que solamente los sacerdotes y las monjas pueden ser consagrados. Cada cristiano debe “consagrarse” a Dios, desde la vocación propia a la que Él nos ha llamado. Todos estamos invitados a ofrecernos a Dios Padre con toda alma, con toda la mente y con todo el corazón, haciendo de nuestra vida una ofrenda agradable a Dios. Esto era lo que se le pedía a Sansón y a Juan el Bautista. Esto es también lo que Dios pide de nosotros: santidad de vida, un corazón indiviso, consagrado a Él. Qué Dios nos ayude a pertenecer para siempre a Él.

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