P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

A lo largo de nuestra vida se van perdiendo muchas cosas, no solo materiales, sino también familiares, amistades, pensamientos, ideas, etc. La propia existencia está enmarcada en un dejar y en un asumir. Hay algunas cosas que jamás se van a recuperar, pero otras sí. Por tanto, debemos enfocar nuestras mentes en velar y luchar por esas realidades que podemos recobrar. Y no me refiero al dinero ni a las propiedades, sino más bien, a buscar la inocencia del corazón, la paz y la vuelta optimista a quien nos creó, para mirar su rostro lleno de gloria. 

Precisamente eso es la Cuaresma: tiempo sagrado y oportuno para recuperar la esperanza, el amor a Dios, la gracia divina y sobre todo, un corazón limpio, como el Creador lo formó en nosotros al principio del mundo. De aquí que, mientras otros se preocupan por lograr tener fama, lujos, bonanzas, los cristianos entendemos que es un deber regresar al amor paterno del nuestro Padre Dios. Que le hace bien a nuestro espíritu encontrarnos con el amor primero, con el amado que fue capaz de morir por nosotros en una cruz.

En Cuaresma, las prácticas penitenciales que hacemos, como el ayuno, la oración y la limosna, son justamente para renovar nuestra vida y tienen como finalidad acercarnos sinceramente a lo divino. Porque en eso consiste la vida plena y verdadera: en sentir y experimentar la presencia de Dios, de un modo tal, que no nos haga falta perseguir otras necesidades humanas que surjan en nuestra mente, o sustituir lo espiritual por cualquier sentimiento barato.

El ser humano siempre debe aspirar a llenar por completo su ser, ya que no nacimos para mendigar felicidad, sino para recordar que somos hijos de Dios, merecedores de respeto y dignidad. Esta es la razón, por la que nuestros ojos deben estar fijos en el cielo; debemos tener el alma puesta en avanzar, en subir un escalón cada día, tener la confianza y la fe de que no caminamos solos, de que el Todopoderoso está a nuestro lado y que comprende todas nuestras caídas. Es cuestión entonces de asumir la tarea y la decisión de centrarse en lo que da vida, en lo que da aliento y motiva hacia adelante, y jamás para atrás.

Cuaresma no es tristeza, ni luto ni llanto, es el camino para regresar a la casa de los hijos del Padre. Claro está, en el camino cuaresmal, hay dolor y sufrimiento, pero esto tiene su objetivo y su razón: liberar, purificar y encaminarnos hacia la alegría real, también de regresarnos la estatura espiritual que Dios siempre soñó para nosotros, pero sabemos que el pecado se cruzó en nuestro trayecto y desvió nuestra atención primera. Por consiguiente, enfócate, da pequeños pasos de esperanza y deja que el Maestro te vaya indicando lo que tienes que hacer para darte cuenta de que Dios jamás se fue, fuimos nosotros que nos alejamos de Él y se nos olvidó su nombre.

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