Día de las madres, en la República Dominicana
Domingo, 26 de mayo del 2024
- Primera lectura: Dt 4,32-34.39-40: Guarda los mandamientos y tendrás vida.
- Salmo Responsorial: 32: Nosotros esperamos en el Señor.
- Segunda lectura: Rom 8,14-17: Recibieron un espíritu de hijos.
- Evangelio: Mt 28,16-20: Yo estoy siempre con ustedes hasta el fin de los tiempos”.
Color: BLANCO
“Trinidad: Mejor comunidad”
Neptalí Díaz Villán
El pueblo judío pensaba que si una persona veía el rostro de Dios, moriría (Ex 33,20). En la manifestación de la zarza ardiendo, Moisés se cubrió el rostro para no ver a Dios (Ex 3,6). Dios iluminaba su rostro sobre los seres humanos, pero nadie podía verlo (Sal 44,4; Num 6,25…). Si Dios no iluminaba su rostro sobre el ser humano, éste estaba perdido (Sal 30,8). Muy pocas personas habían podido ver el rostro de Dios sin morir, entre ellos Jacob, que después tomó el nombre de Israel (Gen 32,31) y Moisés (Ex 34,29ss). Gracias a Moisés, Israel pudo recibir los mandatos de Dios y consolidarse como pueblo elegido.
Según su desarrollo histórico, el ser humano va descubriendo y haciéndose una “imagen” de Dios. En otras palabras, va descubriendo su rostro. Echando una mirada al pasado, podemos descubrir muchos rostros de Dios, que no siempre concuerdan con el rostro que nos reveló Jesús. No pocas veces nos presentan a un dios situado, estático e impasible que no se inmuta con los sufrimientos humanos. A un dios ajedrecista que maneja las fichas como mejor le convenga: que sacrifica al peón para rescatar la reina y defiende siempre al rey. A un dios plastilina que moldeamos a nuestro antojo. A un dios tapa huecos que subsana las deficiencias humanas y que, incluso, es cómplice de nuestras irresponsabilidades. A un dios policía que vigila el orden establecido, sanguinario y con sed de venganza. A un dios titiritero que maneja a su antojo los hilos de la historia. Así mismo, muchas veces creamos nuestros propios dioses: modas, ideologías, líderes, cantantes, artistas, deportistas, etc.
La liturgia de la Iglesia nos presenta hoy a Dios como uno y Trino. No es algo fácil de digerir esto de la Trinidad. Según la leyenda atribuida a San Agustín, sería más fácil guardar toda el agua del mar en un huequito hecho con el dedo, que comprender con nuestra mente el misterio de la Trinidad. Tratar de encerrar en nuestro “pequeño cerebro” todo el misterio de Dios de una vez para siempre, es una empresa, sencillamente, imposible. Después de tanto tiempo de decretado el dogma de la Santísima Trinidad, aún algunos dicen que son devotos de la Trinidad porque es muy milagrosa y otros vienen a “ofrecer misas” a la Virgen de la Trinidad.
¡La Trinidad no es una virgen milagrosa! Sin pretender agotar el tema me atrevo a decir que la Trinidad es una manera de expresar la experiencia del Dios de Jesucristo. Él nos mostró a un Dios como un Padre y nos enseñó a llamarlo Abbá. Hizo siempre la voluntad de su Padre y vivió impulsado por la fuerza y el Amor del Espíritu. Con sus palabras y obras nos mostró que él era el Hijo porque fue el continuador del Proyecto del Padre, que es Padre en tanto que da vida.
Antes de ver el misterio de la santísima Trinidad como un dogma incuestionable debemos verlo como una experiencia de salvación. Una fuerza dinámica, transformadora, creadora y recreadora, que nos impulsa a construir familia comunidad de amor, a imagen suya. Esa realidad la vemos reflejada en Jesús de Nazareth, quien formó comunidad con sus amigos y amigas.
El Padre es Padre en tanto que da vida. El hijo es hijo en tanto que recibe la vida del Padre y es capaz de donarla con amor. Y el Espíritu Santo es el Amor que une al Padre y al Hijo. De tal manera que, si somos imagen de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; si somos bautizados, esto es, sumergidos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, entonces tenemos que estar impregnados de la Trinidad y vivir como tal. O sea, aceptar con humildad la vida del Padre y estar dispuestos a donarla con amor, como lo hizo Jesús.
La palabra padre nos remite necesariamente al tema de la autoridad y los conflictos que nos ayudó a descubrir Freud. Nuestra sociedad vive hoy una profunda crisis de autoridad. Mucha gente rechaza automáticamente todo tipo de autoridad e institución. En las familias muchos padres se quejan por la rebeldía de sus hijos, en parte, porque no se han manejado bien la paternidad y la autoridad.
El Padre que nos reveló Jesús es paternal pero no es paternalista, guía con autoridad pero no es autoritario. En Jesús hubo una buena relación Padre – Hijo. Se sintió escuchado por el Padre[1]yvivió íntimamente unido a Él.Hizo realidad el designio amoroso del Padre sin que eso significara su anulación. No encontramos en Jesús ningún conflicto edípico.
El autoritarismo genera temor, esclavitud y/o rebelión. El laxismo desvía la formación armónica y desboca peligrosamente los impulsos humanos. Los dos son peligrosos y dañinos. Necesitamos en las familias una sana y amorosa dependencia original que nos lleve a una autonomía creadora e impulsadora de vida. Necesitamos fundar familias y comunidades a imagen de la Trinidad. Padres y líderes que sean autoridad sin ser autoritarios, hijos y miembros en general de nuestras comunidades, capaces de vincularse a procesos que nos lleven a vivenciar la Trinidad entre nosotros. Que todos nosotros, como comunidad y como personas, seamos imagen de la Trinidad.
Los judíos temían ver el rostro de Dios porque morirían sin remedio. En Jesús podemos descubrir el rostro misericordioso de Dios, acercarnos a Él con la confianza de un hijo y llamarlo “Abbá”, es decir, Padre (Rom 8,14 – segunda lectura). Esa vivencia debe impulsarnos a mostrar a todo el mundo, el camino de Jesús, de tal manera que todo el que quiera, pueda ser discípulo. Y todo discípulo pueda formar comunidad bautizada (llena, empapada, sumergida) en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Una comunidad de discípulos que guarde lo fundamental, que no es la multiplicidad de mandatos y prohibiciones de los judíos, sino el mandato de Jesús que es el amor misericordioso capaz de dar la vida por los amigos. Con la plena seguridad de que Jesús está con nosotros hasta el final de los tiempos, es decir, siempre, hasta llegar a la plenitud con Dios.
Oración
Oh Dios, Padre universal, de todos los pueblos, de todas las culturas, de todo cuanto existe. Te reconocemos como el origen y la meta de nuestra existencia, el misterio infinito que te has ido revelando por medio tantos caminos, de tantas religiones, de tantos hombres y mujeres con sus tradiciones, fiestas, mitos, ritos, símbolos, relatos y de todo lo que expresa, alimenta y hace trascender nuestra vida.
Jesucristo, hermano, amigo, compañero de camino, salvador nuestro. Te damos gracias por revelarnos el rostro más radiante, misericordioso y digno de ser adorado de Dios, Padre y Madre, dador de vida y de plenitud. Gracias a ti, a tu Palabra, a tu testimonio, nos atrevemos a decir Abbá, con confianza de los hijos. Te pedimos que nos ayudes a ser coherentes con nuestra identidad de discípulos tuyos e hijos de Dios, que recibamos la vida abundante y la comuniquemos con generosidad.
Espíritu Santo, amor de complacencia, fuerza que dinamiza nuestra historia y nos conduce a la verdad completa. Nos abrimos totalmente a tu acción salvadora. Llénanos de ti, únenos con el Padre y el Hijo, para seguir el plan de salvación, para ser herederos del Padre y coherederos del Hijo, para trabajar por la justicia del Reino y recoger los frutos prometidos. Bautízanos, sumérgenos en el manantial de agua viva que eres tú, para experimentar con gozo la salvación, para dar testimonio de esta maravillosa realidad y atraer a muchas personas a seguir este camino hasta el final de los tiempos. Amén.
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