P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

Dios nos ha regalado un corazón que late. Gracias a él, logramos saber cuándo una persona esta con vida o ha dejado de existir. El corazón es signo de nuestro interior. Ya lo dice la expresión popular, “de lo que está lleno el corazón, habla la boca”. Lo que significa que nuestro rostro refleja cómo tenemos el corazón. El corazón es el símbolo más visible de nuestra felicidad. Somos felices justamente si nuestro corazón está alegre, si se siente lleno de gozo.

Por eso Cuaresma es volver nuestra mirada al corazón. Es entrar al fondo de nuestro ser para ver las cicatrices, los recuerdos y las amarguras que no nos dejan encontrarnos con la misericordia de Dios. Porque como este el corazón, asimismo estará nuestra vida por dentro. Por consiguiente, mientras más ignoremos su estado, más nos arriesgamos a vivir sin sentido, sin dirección y sin ideales. Tal vez esa la razón por la que nos encontramos en una sociedad donde las personas no están conscientes del por qué y el para qué de su estadía en el mundo.

No podemos descuidar el corazón. Si les damos más importancia a la economía, a la moda, a la tecnología o al mundo del entretenimiento, nuestra vida morirá lentamente. Y aunque el lujo y la apariencia nos hagan creer que todo está bien, el estado del corazón nos dejará saber a través de los sentimientos si realmente eso es esencial para sentirse pleno. Que el corazón no se llena ni con dinero ni con la fama, ya que son cosas pasajeras, y el corazón aspira a lo eterno, al encuentro con Dios.

A lo largo de este camino cuaresmal, debemos hacer un stop en nuestra rutina diaria para pasarle balance a lo que somos. Ser capaz de hacerle un inventario al corazón por medio de la revisión de nuestra historia personal. De este modo tendremos tiempo para analizar cómo nos sentimos actualmente y qué nos hace falta para obtener la felicidad que continuamos buscando en el sendero de la vida. Miraremos nuestra vida con objetividad, estaremos alejados por unos instantes del ruido y de la prisa, para entender y comprender cuáles cosas nos impiden avanzar en la estabilidad emocional de nuestro corazón.

A lo mejor cuando nos detengamos a observar nuestro corazón, nos encontremos con realidades que nos quiten el ánimo, la fuerza para seguir viviendo. Situaciones que nos dejen sin aire y provoquen que sintamos que nos ahogamos. Sin embargo, como dice Ricardo Arjona, en su canción: “Fuiste tú”, en nuestra vida también “las nubes grises forman parte del paisaje”. Es necesario, por tanto, aceptar nuestras debilidades como parte de nuestra humanidad. Porque solo se crece cuando se asumen los propios límites humanos. Donde la vida misma se mira sin espejo, sin maquillaje. Donde no olvidamos que detrás de la oscuridad, se encuentra la luz, los escalones para llegar a tener un corazón puro y sin maldad.

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