Viernes, 27 de octubre del 2023

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  • Primera Lectura. Rom7, 18-25a: “Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos”.
  • Salmo Responsorial. 118, 66.68.76.77.93.94: “Instrúyeme, Señor, en tus leyes”.
  • Evangelio. Lc 12, 54-59: “haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras van de camino”.

“Demos gracias porque no estamos solos luchando frente al mal que nos oprime

¿Cómo no saben juzgar ustedes mismos lo que se debe hacer? pregunta Jesús a la gente.

San Pablo, en la carta a los Romanos, reconoce que el bien que quiere hacer no lo hace, pero el mal que no quiere hacer es, precisamente, lo que hace. Él no tenía dudas sobre cuál era la voluntad de Dios, lo que era bueno ante sus ojos, o lo que debía hacer, pero se da cuenta que en su carne rige otra ley, la ley del pecado, que le impide hacer el bien, aun cuando es lo que más desea.

¿No se parece esto a lo que nos ocurre a cada uno de nosotros? Sabemos lo que es bueno y lo que agrada a Dios, pero no podemos practicarlo, porque estamos dominados por la fuerza del pecado que nos habita.

Lo que hemos dicho hasta esta hora, es una noticia terrible y desesperanzadora. San Pablo lo llega a describir de una forma dramática: “¡Qué desgraciado soy!” Sin embargo, la buena noticia es que Dios sabía que solos no podíamos luchar contra el mal que está en nosotros y que tampoco seríamos capaces de santificarnos, por más que tratáramos y tuviéramos la mejor de las intenciones.

Es por esto por lo que Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, nos dio al Espíritu Santo que tiene el poder para liberarnos de las cadenas del pecado y llevarnos a tener una vida santa y digna de un hijo de Dios. No debemos, entonces, desanimarnos cuando nos percatemos (de) que no logramos hacer todo el bien que quisiéramos, antes bien, debemos pedir la fuerza que viene de lo alto para poder vencer las tentaciones y asechanzas del enemigo en nuestra vida.

Dentro de nosotros, es verdad, actúa el mal, pero también actúa el Santo Espíritu de Dios que viene en ayuda de nuestra debilidad, intercede por nosotros de manera que podamos salir victoriosos. No hay tentación, oscuridad, pecado o fragilidad que no pueda ser vencido por esa gracia santificante que cura, transforma y renueva nuestra alma.

Esto es así para que nadie pueda gloriarse de ninguna virtud ni fuerza humanas, pues solo Dios es el que puede darnos la gracia que necesitamos para actuar según sus leyes y para, como dice el salmo de hoy, deleitarnos en su voluntad.

En este día, reconozcámonos débiles delante de Dios como lo hizo san Pablo. Pidámosle que derrame el poder de su gracia en nosotros para que nos libre de la batalla de muerte que opera en nuestra carne. Demos gracias porque no estamos solos luchando frente al mal que nos oprime, tenemos de nuestro lado a Dios que pelea por nosotros y endereza nuestro camino.

(Guía Litúrgica)

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