- Primera lectura. 2 Re 5, 1-15a: “Ahora reconozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel”.
- Salmo Responsorial. Salmo Responsorial: 41, 2.3; 42.3.4: “Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo veré el rostro de Dios?”.
- Evangelio. Lc 4, 24-30: “Les aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”.
Color: MORADO
“Es difícil la vida del profeta”
Con frecuencia pedimos al Señor que nos ayude. Pedimos su auxilio que nos llega en algo sencillo y desconfiamos porque esperamos que nos pida o nos ordene algo difícil. Como Naamán, queremos que Dios adopte nuestras complicaciones.
Al igual que Naamán nos consideramos a nosotros mismos personas importantes, merecedores de atención personalizada y directa. Despreciamos lo sencillo que Dios nos pide y buscamos la forma de complicarlo. Eliseo no baja con la varita mágica a curar al funcionario real. Manda a un criado para darle las instrucciones simples y precisas.
Nosotros nos liamos los sesos inventando cánones, artículos, capítulos, y lo único que Dios nos pide para alejar de nosotros la lepra del egoísmo y la falta de solidaridad es que nos amemos, como Él nos ama.
El Evangelio nos muestra que es difícil ser profeta en la propia tierra. No escuchamos qué nos dice el predicador, sino que lo tratamos de anular recordando su pasado y procedencia. Todo, menos escuchar lo que nos dice.
Si el profeta viene a transmitirnos palabras que nos indican caminos para llegar a conocer al Dios amor, si nos invita a ser solidarios, a desprendernos de lo nuestro para compartirlo, entonces nos llenaremos de rabia y, si podemos, le despeñaremos por el barranco, lo echaremos a un aljibe con lodo para que se ahogue, como a Jeremías, o lo crucificaremos con toda tranquilidad. Es difícil la vida del profeta.
En una situación como la vivida por Jesús aquel día, si tuviéramos poder, haríamos descender rayos del cielo “para que se enteren quién soy yo”. Y nuevamente Jesús nos da otra lección de paciencia y dignidad: sin aspavientos, sin ira, sin amenazas, “se abrió paso entre ellos y se alejaba”.
Los judíos no podían aceptar la interpretación que Jesús hacía de la Escritura, pues esperaban una liberación del pueblo. Esperaban la instauración de la primacía de Israel sobre el mundo y se encuentran con un mensaje (de) que Dios ha preferido a una viuda de Sidón y a un leproso de Siria, en lugar de quedarse entre su pueblo. Jesús habla de un Dios que ellos no pueden reconocer. ¿Y nosotros, honestamente, reconocemos a Dios en las palabras y acciones de Jesús?
(Guía Litúrgica)
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