• Primera lectura. Dn 9, 4-10: “No hicimos caso a tus siervos los profetas, que hablaban en tu nombre”.
  • Salmo Responsorial. 78, 8.9.11 y 13: “Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados”.
  • Evangelio Lc 6, 36-38: “Sean compasivo como su Padre es compasivo; no juzguen, y no serán juzgados”.

Color: MORADO

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado

La primera lectura de hoy es una oración penitencial. En ella se expresa el sentimiento del hombre religioso, ante Dios. Un sentimiento que le nace de haberse portado mal con su Dios. Por eso, reconoce que Dios es Dios y que ha hecho muchos favores al pueblo judío. Ha sellado con él una alianza de amor: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo”, y les ha indicado los caminos que llevan a vivir con sentido y esperanza.

También reconoce ante el Señor que “guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos”. Pero es él y el pueblo quienes no han sido fieles a la alianza: “Nosotros hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos”. Sin embargo, sabe que el Señor se mantiene fiel a su alianza de amor, por lo que al pueblo que muestre su vergüenza y su arrepentimiento le concederá gustoso el perdón, porque “mi Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona”.

En el Evangelio Jesús nos habla de su Padre y de nuestro Padre y nos dice que los hijos deben tener la misma conducta que su Padre: “Sean compasivos como su Padre es compasivo”. Si nuestro Padre Dios es compasivo, y no condena y no juzga y perdona siempre, tenemos que hacer lo mismo que Él.

Ante la debilidad humana, para cumplir con este sueño del Señor, Jesús viene en nuestra ayuda y todo lo que pide que hagamos a los demás lo hace Él primero con nosotros. Él nos perdona, no nos condena, no nos juzga, entrega su vida por cada uno de nosotros. Además, siempre que hagamos algo bueno a nuestros hermanos se lo estamos haciendo a Él, pues “cada vez que lo hicieron a uno de mis hermanos pequeños a mí me lo hicieron” (Mt 25,40).

Por si fuera poco, cuando nos falten fuerzas, Dios viene de nuevo en nuestra ayuda y nos regala su mismo amor para que amemos con su amor. El cristiano es el que ama no sólo con su amor, sino con la fuerza amorosa de Dios, que Él le regala. En efecto, san Pablo nos dice que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom 5,5). Parafraseando una las expresiones emblemáticas de Pablo, podemos afirmar que el cristiano es el que puede decir con verdad: Ya no soy yo quien ama, es Cristo quien ama en mí, quien perdona en mí, quien sufre en mí, quien es compasivo en mí.

(Guía Litúrgica)

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