Mis Cinco Amores Carmelitas  (I)

Padre Manuel Antonio García Salcedo

Arquidiócesis de Santo Domingo

Mi primer amor carmelita es Santa Teresa de Jesús, la Grande. Su familia judía tuvo que convertirse a la fe cristiana, so pena de perder todos sus bienes,  su libertad e incluso la vida. Vivaz, independiente, entregada, son los calificativos que la describen desde los primeros destellos de su infancia. Llega la hora de dar el paso de la adultez, matrimonio o vida consagrada. Esposa de Cristo elige ser. Pero son tantos los años, dos décadas de insatisfacción. Su alma demanda el desafío literal del Espíritu de Elías, la vivencia de los origenes del Carmelo al que había ingresado. ¡Benditas crisis, enfermedades y fracasos que nos dan la valentía y sabiduría de buscar los caminos del alma! Ávila le quedaba pequeña a tan grande espíritu. Sólo el Cielo le bastaba. Decide hacer su reforma, a la par de otras reformas que ocurrían en España, pero la única en manos de una monja. Escándalo para aquella época. Mucho antes de la reforma tan esperada del Concilio de Trento ante el cisma herético protestante, Santa Teresa ya trabajaba en ello.

Cisneros, Ignigo, el Maestro Ávila y tantos otros trajeron nueva vida a la Iglesia y la sellarían por siempre con su impronta. Decide hacer su reforma, a la par de otras reformas que ocurrían en España, pero la única en manos de una monja. Escándalo para aquella época. Mucho antes de la reforma tan esperada del Concilio de Trento ante el cisma herético protestante, Santa Teresa ya trabajaba en ello. Cisneros, Ignigo, el Maestro Ávila y tantos otros trajeron nueva vida a la Iglesia y la sellarían por siempre con su impronta. Decide hacer su reforma, a la par de otras reformas que ocurrían en España, pero la única en manos de una monja. Escándalo para aquella época. Mucho antes de la reforma tan esperada del Concilio de Trento ante el cisma herético protestante, Santa Teresa ya trabajaba en ello. Cisneros, Ignigo, el Maestro Ávila y tantos otros trajeron nueva vida a la Iglesia y la sellarían por siempre con su impronta. Ninguna vía de la fe católica es fácil, rápida y sin sinsabores. Prelados, monjas, nobles, curas, tribunales, burocracia, populacho, colocaban barreras y persecuciones en contra de una pobre religiosa, apenas letrada y enfermiza. Su diario personal fue robado, llevado a la inquisición por los adversarios gratuitos de la fundadora.

 El Libro de la Vida es fruto de la pluma y tinta del Espíritu. Orar, comulgar, confesarse, la dirección espiritual, el estudio de la espiritualidad católica en base a los mejores Maestros del Espíritu, la comunidad y la atención a los más pobres constituían los cimientos del quehacer de las nuevas casas que fundaba Teresa. Ya de vieja era vista con recelo por aquellas monjas que de jóvenes fueron promovidas por la misma madre fundadora de toda aquella obra. En la intimidad de su habitación dedicaba sus mejores horas libres a edificar el Castillo Interior, las Moradas para los pequeños de la Iglesia. Tomó 5 siglos, un Concilio Ecuménico, Vaticano II, una férrea dictadura que se negaba a liberar a la Iglesia del dominio que sobre ella ejercía el poder temporal, y un gigante como el Papa San Pablo VI para que una mujer, la primera, estudiada en todas las universidades, escuelas, centros de humanidades y en las diversas religiones del mundo, fuese declarada Doctora de la Iglesia.

Más de 500 años son el aval y el soporte para que todos los fieles cristianos conozcamos la vida y la obra de la Doctora Espiritual, tal es su especialización entre los Doctores de la Iglesia Universal. Y sí ya se conoce someramente, hemos de actualizarnos en su estudio y sus métodos oracionales. Llegar a la meta de hacer nuestra memoria de sus libros, cartas, himnos y el aporte social y cultural que el Carmelo aporta a cada nación. Artífice y bisagra de mi vocación sacerdotal eres Santa Teresa, protectora en aquel accidente del 15 de octubre e ilusión que debe esperar todavía, sino acá en la tierra, será en el Cielo o el tiempo de Dios. ¡Enséñanos Teresa a confiar en San José, tu Patrono, como él confío en el Fruto Bendito del Vientre de Nuestra Señora de la Encarnación!

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