Homilía:  III Domingo.  Tiempo Ordinario.  Ciclo C

  • Primera lectura. Hb 7,25–8,6: “Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios”.
  • Salmo Responsorial: 39,7-8a.8b-9,1-22: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
  • Evangelio. Mc 3,7-12: “Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo”.

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El Salmo 39 nos presenta una oración que brota de un corazón completamente entregado a Dios: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». La palabra «voluntad» nos invita a reflexionar sobre los deseos y planes que Dios tiene para nosotros. La voluntad de Dios es su plan perfecto, su deseo amoroso para nuestras vidas, que busca siempre nuestro bien. Hacer la voluntad de Dios significa confiar en que sus caminos, aunque a veces incomprensibles, son siempre los mejores para nosotros.

Hoy y siempre Jesús nos da un claro ejemplo de lo que significa vivir en obediencia a la voluntad del Padre. Nos encontramos con Jesús retirándose hacia el mar, seguido por grandes multitudes de diferentes lugares, incluso de tierras paganas. Su misión no estaba limitada a un solo pueblo, sino que su mensaje de amor y salvación era para todos, incluyendo aquellos que estaban alejados de la fe judía. Aquí, Jesús empieza a abrir el horizonte de su misión más allá de los límites de Israel.

En este contexto, los espíritus inmundos que se postraban ante Él lo reconocían como el Hijo de Dios, porque incluso las fuerzas del mal no pueden resistir la autoridad y el poder del Hijo. Sin embargo, Jesús les prohibía severamente que lo diesen a conocer. ¿Por qué? Porque Jesús no quería que su identidad fuera proclamada de una manera distorsionada o mal interpretada. Su misión no era solo ser reconocido como el Hijo de Dios, sino ser el Siervo sufriente que traería la salvación a través de la cruz. No buscaba la fama ni el reconocimiento superficial, sino cumplir con la voluntad de su Padre en su tiempo perfecto.

En la Carta a los Hebreos se nos recuerda que Jesús es nuestro Sumo Sacerdote, no un sacerdote cualquiera, sino uno que intercede por nosotros de manera eterna. Su sacerdocio es superior y diferente porque no se basa en sacrificios animales, sino en su propio sacrificio de amor en la cruz. Jesús, como sacerdote, se entregó por nosotros, y ahora está sentado a la derecha del Padre, intercediendo continuamente por nuestras necesidades.

Se nos llama a reflexionar sobre nuestra propia vida. ¿Estamos dispuestos a decir como el salmista: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»? ¿O nos dejamos llevar por nuestros propios planes y deseos, olvidando que los caminos de Dios son más altos que los nuestros? Jesús nos muestra que hacer la voluntad de Dios puede implicar sacrificios, pero es el camino hacia la verdadera vida y salvación.

Se nos invita a seguir a Jesús, a reconocerlo no solo con palabras, sino con una vida entregada a la voluntad del Padre. ¿Qué áreas de tu vida necesitas rendir hoy a Dios? ¿Cómo puedes vivir más plenamente el llamado de Jesús, haciendo su voluntad en tu vida diaria? Hoy, escucha el llamado y responde: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»

(Guía Mensual)

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