• Primera lectura: Sab 2, 12.17-20: Condenémoslo a una muerte ignominiosa.
  • Salmo Responsorial: 53(54): El Señor sostiene mi vida.
  • Segunda lectura: St 3,16–4,3: Trabajar por la justicia y la paz.
  • Evangelio: Mc 9,30-37: Quien quiera ser el primero que se haga el último.

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

El conocimiento no es algo que se aprende de una vez y para siempre. El ser humano va cambiando con el mundo en continua evolución. Nunca terminamos de aprender. Hace ya varios años se está hablando en las universidades, de la formación permanente. Un profesional que se gradúe hoy y no se actualice, dentro de 10 años será un tegua. En las universidades se han multiplicado las especializaciones, maestrías, doctorados y post-doctorados, cursos intensivos, diplomados, etc. En la Internet encontramos charlas, conferencias, simposios o reuniones virtuales y toda una gama de posibilidades, con las que se puede aprender, preguntar, opinar, concordar o discordar. Buenas posibilidades para la formación permanente. 

En el evangelio que hoy leemos, encontramos una vez más a Jesús enseñando mientras camina. Era la formación permanente de Jesús con sus discípulos. No todo podía ser trabajo: el trabajo dignifica al ser humano, pero en exceso lo descontextualiza, lo ciega, lo embrutece, lo convierte en una máquina que produce resultados y que un día se acaba y se bota.

Dice el texto que Jesús empezó a recorrer Galilea, pero no quería que se supiera porque estaba instruyendo a sus discípulos. El sofisma de trabajar, trabajar y trabajar, en últimas lo que produce es una fatiga que nos incapacita no sólo para ser efectivos en el trabajo sino también para vivir bien. Necesitamos dejar espacios para reflexionar, para analizar lo vivido, para conocer otras experiencias, es decir, para la formación permanente y no sólo en el campo estrictamente laboral y profesional. También para los amigos, la familia, la fe, el deporte, el arte, la música, la poesía y todo aquello que nos hace más humanos y felices.

En cuanto al mensaje propio de la enseñanza de Jesús a sus discípulos, descubrimos que hablaban en un lenguaje distinto. Él les mostraba las dificultades que tendrían por asumir su compromiso, como persecuciones, maltratos, e incluso la muerte. Ellos andaban en un mundo idílico, a la espera de que el Mesías diera el zarpazo final y se tomara el poder con signos portentosos, para ver qué puesto les tocaba. Y desde ya, se disputaban quién de ellos sería el más importante dentro de ese reino imaginario. Mientras Jesús con su vida sencilla y servicial, les mostraba otra manera de ser hombres: cordiales, entrañables, fraternos y solidarios con los demás seres humanos, ellos esperaban que se volteara la torta para dejar de ser los pobres pescadores, y convertirse en los ministros principales del nuevo rey de Israel, con posibilidades de mando. “Una cosa piensa burro y otra quien lo está enjalmando”.

Jesús pensaba en todo el pueblo; los otros pensaban en ellos mismos. Dejaron que su corazón se llenara de ambición. Éste es uno de los males que más afecta a la humanidad. Esa realidad estaba también presente en las comunidades a las que escribió Santiago (segunda lectura). Como por lo general valoramos, respetamos y queremos más a quienes tienen poder, dinero, fama e influencias, entonces, adquirirlos se convierte en un ideal de vida ambicionado por todos.

Los robos, los asesinatos, y la destrucción de la vida de tantas personas llevan por lo general, alguna ambición de quienes son el origen de tantos males causados a la humanidad para agrandar su poder. Quieren tener más capacidad económica, ser más fuertes y asegurarse la vida, quieren ser más importantes, más respetados y más amados. Y cuando conseguir eso se convierte en un fin último, entonces todo aquello que se interponga en el camino deberá ser eliminado, incluso las personas.

Tanto la Carta de Santiago como el evangelio, invitaban a sus destinatarios y hoy a nosotros, a ver lo peligroso que es dejarnos invadir por la ambición, la codicia de dinero, prestigio y poder. Podemos entrar a un callejón sin retorno si nos dejamos cegar por ellos y no fijamos nuestra mirada en Jesús cuyos móviles estuvieron siempre animados por un interés de servicio.

Por eso Él fue muy claro con sus discípulos: “Quien quiera ser el primero, deberá ser el último de todos y el servidor de todos.” ¡Claro que toda obra necesita líderes para organizar y sacar adelante los procesos! Más la autoridad del cristiano no debe estar impulsada por la voluntad de poder, sino por la voluntad de servicio.

Federico Nietzsche criticó fuertemente lo que él llamó “el hombre camello”, que vive sometido en un sistema que lo explota y no le permite pensar en sí mismo como individuo y como sujeto de la historia; en cambio, propuso la “voluntad de poder” para llegar al “súperhombre”. Una crítica que sigue siendo válida cuando vamos por la vida sin pensar en nuestro ser y quehacer como seres humanos, y nos dejamos subyugar por tantos sistemas de esclavitud que cada día aparecen. Pero orientar nuestra vida por la “voluntad de poder” para alcanzar al súperhombre… ¡dudo mucho que resulte! Tendríamos, primero, que analizar muy bien a los hombres que organizaron su vida con la voluntad de poder.

Voluntad de poder la de Adolfo Hitler, cuyo cuadro de Nietzsche tenía en su despacho como un idolillo. Voluntad de poder la de Benito Mussolini en Italia, Mobutu Sese Seko en el antiguo Zaire, Videla en Argentina, Franco en España, João Baptista en Brasil y Alfredo Stroessner en Paraguay. Voluntad de poder la de los grupos guerrilleros y paramilitares colombianos, y la de los políticos y empresarios que los apoyan.

Hace unos días recordamos aquel 11S de 2001 cuando chocaron dos voluntades de poder: la de los talibanes y la de Estados Unidos. Eso nos hizo recordar a otro personaje con mucha voluntad de poder: Augusto Pinochet, en Chile, quien en otro 11S pero de 1973, encabezó el golpe de estado contra el gobierno de Salvador Allende con el apoyo económico y logístico de la CIA, durante el gobierno republicano de R. Nixon y H. Kissinger.

Voluntad de poder la de George Bush y su poderoso ejército genocida que ha llenado de miseria la vida de mucha gente con la llamada “lucha contra el terrorismo”; sofisma de distracción para afianzar más la dominación y el imperialismo salvaje. Voluntad de poder la de Fidel Castro y Hugo Chávez, quienes en nombre de la revolución combaten y aplastan todo tipo de oposición tildándola de imperialista y enemiga del pueblo.

Voluntad de poder la de tantos pseudopolíticos de nuestros pueblos, que aprovechan su rol para los mezquinos intereses. Tenemos que reconocer que muchos hombres “de Iglesia” y en nombre de Cristo, saquearon, aplastaron, explotaron y mataron grupos, comunidades y hasta pueblos enteros supuestamente para defender la fe, más en el fondo estaban dominados por la voluntad de poder.

Después de este corto vistazo, vale la pena preguntarnos si estamos conducidos por la voluntad de poder o por la voluntad de servicio. Es legítimo, bueno y necesario que cada persona busque su propio bienestar, su estabilidad económica y social, pero sin pasar por encima de los demás.

¿Estamos acaso atrapados en un afán de lucro y competitividad, en la búsqueda del éxito y de los primeros puestos a cualquier precio? ¿Cómo somos con las personas que están a nuestro cargo? Si tenemos empleados ¿Cómo los tratamos? ¿En nuestras relaciones interpersonales y en los diálogos, buscamos concertar o buscamos siempre imponer nuestro pensamiento, nuestra ideología y nuestra voluntad? ¿Si tuviéramos hoy la capacidad de mando sobre todo un pueblo estamos seguros de que no actuaríamos de la misma manera como lo hacen aquellas personas que tanto criticamos?

Como en la primera lectura (Sab 2, 12.17-20) ¿Nos resultan incómodas las personas justas, honestas y leales? ¿Nosotros, como personas y como Iglesia, molestamos con nuestro testimonio a los poderosos e injustos que, dominados por la voluntad de poder aplastan a los demás? o ¿Vivimos camaleónicamente para no meternos en problemas en medio de la injusticia? ¿Acaso en nuestro mundo no hay injusticia? o ¿Hay injusticia pero no hay profetas?

El testimonio y la propuesta de Jesús ¿Nos anima o nos incomoda? ¿Estamos dispuestos a aprender de la sencillez y la espontaneidad de los niños? ¿Estamos dispuestos a valorar a los pequeños de este mundo y a recibirlos con el convencimiento de que ahí, y de manera especial ahí, en los pequeños, está la presencia de Dios?: “El que reciba a un niño como este por amor a mí, me recibe a mí. Y el que me recibe a mí, no me recibe a mí sino al que me envió.”

Oración

Padre, te damos gracias por tu amor creador, dador de vida. Te bendecimos por todas las cosas bellas que experimentamos cada día y porque iluminas nuestra vida con tu Palabra. Te pedimos perdón por las veces que nos hemos dejado llevar por el egoísmo y por el afán de dominar. Te pedimos que reconstruyas nuestra vida, desintegrada muchas veces por situaciones dolorosas que hemos tenido que afrontar o a causa de nuestros propios errores. Confiamos plenamente en tu voluntad salvífica.

Te pedimos que, siguiendo el estilo de vida de Jesús y con la gracia del Espíritu Santo, renunciemos a toda codicia que genera tanta injusticia en el mundo y brillemos no por el afán de ser los primeros en honores y poderes, sino en servicio y amor a los demás. Abre nuestros ojos para ver la injusticia en el mundo; que nuestros corazones no sean indiferentes ante el dolor humano y que nunca caigamos en la tentación de insultar, torturar o asesinar a otro ser humano porque, tal vez pensemos, se interpone en nuestro camino. Ayúdanos a ser testigos valientes de la Buena Noticia del Reino, a asumir nuestro compromiso bautismal de ser profetas que denuncian la injusticia en el mundo y anuncian, de la palabra y de obra, otra forma vida, más humana, más libre, más fraterna y más feliz, acorde a tu plan de salvación. Haz crecer en nosotros una decidida voluntad de amor generoso y servicio desinteresado, para ver prosperar la alegría y la felicidad a nuestro alrededor. Amén.

XXIV Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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