• Primera lectura: Is 35,4-7a: ¡Valor! ¡No tengan miedo!
  • Salmo Responsorial: 145: El Señor hace justicia a los oprimidos.
  • Segunda lectura: St 2,1-5: No enturbien con discriminaciones la fe.
  • Evangelio: Mc 7,31-37: ¡Todo lo ha hecho bien!.

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

“Al volver Jesús de la región de Tiro, pasó por Sidón y se fue al lago de Galilea, en pleno territorio de la Decápolis…” Tiro y Sidón eran dos ciudades portuarias a orillas del Mar Mediterráneo, de gran importancia para los fenicios, quienes eran grandes navegantes y comerciantes del mundo antiguo. En el tiempo de Jesús el país de Tiro era una provincia romana de Siria con la que los judíos tenían buenas relaciones comerciales, sobre todo los judíos de Galilea con quienes compartían la misma frontera.

Allí vivían muchos judíos de la diáspora, los que habían salido de Israel huyendo de la guerra o de la miseria, y encontraron en estas ciudades buenas oportunidades para hacer negocios y prosperar. Por su sentido nacionalista y a veces racista, vivían sin mezclarse con los nativos, a quienes normalmente llamaban sirofenicios y de manera despectiva llamaban perros.

La Decápolis era un extenso territorio al sur del mar de Galilea, sobre todo, al este del río Jordán.  Desde el año 200 a.C. los griegos habían ocupado ciudades como Gadara y Filadelfia. En el año 63 a.C. Pompeyo liberó Hipo, Escitópolis y Pela de los judíos, las anexó a la provincia de Siria y les otorgó libertad municipal. Según el historiador Plinio los diez miembros originales eran: Escitópolis, Pela, Dión, Gerasa, Filadelfia, Gadara, Rafaná, Canatá, Hipo y Damasco. Luego Tolomeo incluyó otras ciudades al sur de Damasco.

Tiro y Sidón eran, pues, dos ciudades no judías (para no usar términos despectivos  como pagano, gentil, infiel o idólatra). Tenían otra cultura, otra manera de entender el mundo y otra confesión religiosa, distinta al Dios en el que creía Jesús. Marcos ubica el relato evangélico que hoy leemos, después de la curación de la hija de la mujer sirofenicia de habla griega (Mc 7,24-30). En dicho relato, Jesús, como cualquier judío ortodoxo, rechazó y trató con dureza a la mujer, pero después cambió su actitud.

No estamos seguros si el relato de hoy sea histórico o si se trata de una elaboración del evangelista. No sabemos qué plan tenía Jesús con su visita a estas ciudades. Cabe resaltar que Marcos no lo presenta haciendo proselitismo religioso.

Según los evangelistas, cuando Jesús estaba en su tierra, una vez iniciado su ministerio, no dejaba escapar una oportunidad para predicar. No pocas veces se le vio enojado y desafiando a las autoridades y hasta al mismo pueblo, por las irregularidades del sistema socio religioso. Muchas veces anunció emocionado la inminente venida del Reino, como un proyecto integral e integrador, que requería posponerlo todo para hacerlo realidad con la gracia de Dios. Pero en tierra extranjera no se le vio catequizar, ni tratar de convertir a la gente a su fe. Nunca trató la fe de los habitantes de Tiro y Sidón, como falsas doctrinas o religiones equivocadas. Jamás dijo que fueran personas idólatras ni que sus dioses fueran falsos.

Contrario a Jesús, durante mucho tiempo en las iglesias cristianas se dijo que otras creencias eran falsas y que el único Dios vivo y verdadero era el nuestro. Hasta hace unos años decían que fuera de la Iglesia no había salvación. Con esta ideología, al lado de la colonización y de la esclavitud, y como elemento justificador, vino la cristianización de muchos pueblos.

Hoy debemos volver al “amor primero” y seguir el hermoso testimonio de Jesús. “… Allí le presentaron un sordo tartamudo y le pidieron que le impusiera las manos”. No sabemos si estas personas eran judías o no judías, creyentes o no creyentes, cumplidoras o relajadas, pobres o ricas… Él no preguntó si tenían cómo pagarle, si creían en Dios o si estaban dispuestas a cambiar de religión. Como dice la segunda lectura, no hizo acepción de personas. Tampoco fue indiferente ante el dolor humano. Les ayudó en lo que realmente necesitaban. Aquí anunció la Buena Noticia del Reino de Dios pero no con palabras sino con obras de amor misericordioso.

La persona enferma estaba sorda y tartamuda. Es decir que tenía problemas de comunicación. El relato está cargado de simbolismo. Cada gesto de Jesús vale la pena analizarlo con lupa.

Lo primero que hizo Jesús fue llevarse aparte al sordo tartamudo; lo separó del gentío, tal vez de algún ambiente hostil en el que se encontraba. Mucha gente vive en ambientes hostiles donde recibe estímulos negativos: maltratos de palabra y de obra, desatención, marginalidad, etc. Estos ambientes les impiden vivir plenamente. Jesús quiso aplicarle un tratamiento especial, dedicarse por entero a él y consagrar en él su atención. De esta forma surgió una atmósfera en la que el sordo tartamudo pudo ser sanado.

Luego metió sus dedos en los oídos. Éste es un gesto de ternura. Con mucha frecuencia no queremos oír porque las palabras que escuchamos nos molestan (críticas, rechazos, gritos) y entonces cerramos los oídos como un mecanismo de defensa, porque queremos conservar nuestra tranquilidad. Es posible que oigamos pero no escuchamos: “a palabras necias, oídos sordos”, dice el adagio. Meter los dedos en los oídos significa querer entrar en comunión con él: “Los dedos quieren mostrarnos que en las palabras de los otros, hemos de descubrir su anhelo: su anhelo de amor y su anhelo de Dios. Incluso en las palabras que suenan hostilmente se encierra también este anhelo de entrar en contacto con nosotros”

Después le toca la lengua con saliva. Éste es un gesto de amor, de intimidad y de dedicación al otro. Como la madre que limpia con saliva la suciedad que hay en su pequeño y, después de algún golpe, le soba los moretones con saliva para que rebaje la hinchazón. La saliva es también imagen del seno materno en el cual el niño se alimenta y puede desarrollar con más facilidad la facultad de hablar. Aquí Jesús crea un ambiente de amor, de ternura y de confianza, para que el tartamudo pueda hablar, sin el temor a que alguien se burle de él y sin el miedo a que alguien lo regañe porque habló lo que no debía y donde no debía.

De esta manera le abrió el espacio para que se manifestara tal como era, pues “cuando uno habla no puede ocultarse. Hablando delato siempre lo que me pasa. La voz expresa siempre cómo nos hallamos en lo más íntimo. Un cantor no puede cantar cuando tiene problemas en su alma. En nuestras palabras el interlocutor experimenta nuestra inseguridad. Al hablar siempre me expreso a mí mismo”.

Seguidamente Jesús elevó los ojos al cielo. Es decir, entró en comunicación con el Padre Dios, fuente de vida, que se comunica con el ser humano para salvarlo. Quiso abrir el cielo para este hombre enfermo y presentarle el amor sanador de Dios. Cuando nos comunicamos simultáneamente con Dios y con los hermanos, convertimos nuestras palabras en palabras de vida. De esta manera nuestras palabras no son simplemente portadoras de información, sino que están fundamentadas en la misma Palabra de Dios y comunican su amor y su salvación.

Luego suspiró. Es decir, le abrió el corazón y le dio entrada en su propio interior. Así, el enfermo dejó de ser un extraño a quien se le podría prestar una ayuda y pasó a ser parte de su misma vida. Pudo sentir con él, identificarse con su dolor y comprender por qué no quería comunicarse.

Si Jesús le hubiera reclamado fríamente el hecho de no querer comunicarse, hubiera sido otro motivo para que el sordo tartamudo se encerrara más en su mundo. Lo hubiera considerado un agresor más de los tantos que lo criticaban y se burlaban de él. Afortunadamente, hizo las cosas bien, como dice al final del texto. Después de todo ese proceso sí podía hacerle una invitación contundente, definitiva y necesaria: ábrete – (effathá). Claro que ese hombre también tenía que poner de su parte. Claro que debía hacer el esfuerzo de lanzarse al agua para aprender a nadar, así tuviera que correr el riesgo de ahogarse  o por lo menos de tomar un poco de agua.

En ese momento podía oír, porque quien le hablaba no le transmitía odio y hostilidad, rechazo o reprensión, sino amor y amistad. También podía hablar porque no había ninguna cadena de temor que sujetara su lengua. No se encontraba ya bajo la exigencia de tener que hablar perfectamente, bajo la presión de delatarse a sí mismo o de imponerse al otro. Había surgido una atmósfera de confianza y amor. Entonces fue cuando pudo soltar la lengua y ser capaz de hablar correctamente en sus palabras y expresarse a sí mismo. Fue entonces cuando dejó que otros se acercaran a él y entraran en comunión con su persona.

Necesitamos hacer vida estos procesos a nivel personal, familiar y comunitario. Tener momentos a solas con Jesús para que él nos toque los oídos con sus dedos, escuchemos su voz en el acontecer diario y en su Palabra siempre viva y dinámica. Permitamos que toque nuestra lengua, que nos abra todo su cielo, nos guarde en su propio corazón y que su Espíritu inunde todo nuestro ser. De esta manera nos abriremos a los demás, nos comunicaremos con libertad de espíritu y crearemos entre nosotros comunidades de comunión y participación.

Necesitamos crear el ambiente propicio para que las personas hablen sin el temor de ser juzgadas ni clasificadas. Un ambiente en el que las lenguas se suelten y las personas encuentren su valor para expresarse. Necesitamos hablar de tal manera que no nos ocultemos detrás de las palabras, sino que nos expresemos a nosotros mismos. Hablar de tal manera que por medio de nuestras palabras abramos un cielo para los demás y que Dios hable por medio nuestro. Que por medio de nuestros oídos, escuchemos a los demás de tal modo que ahí descubramos las palabras, las necesidades y los anhelos de Dios. Necesitamos experimentar seguridad y amplitud, descubrir nuevos horizontes de comunicación y mostrar nuevas posibilidades para la vida de las personas.

Necesitamos propiciar un espacio adecuado para la comunicación constructiva. Comunicación no es decir: “No hay mercado”, hay que pagar el recibo de la energía eléctrica”, “el niño va perdiendo el año”… Esas son informaciones y a veces, según el tono, reclamos que generan discordias. La palabra comunicación viene del latín communis, es decir poner en común algo con otro(s), de la cual también derivan palabras tales como comunidad y comunión en los cuales se entiende el valor bidireccional de compartir.

Por eso, según Mario Kaplún, los llamados medios masivos de comunicación no deberían llamarse así, pues no lo son, sólo se valen del estudio de audiencia para determinar, no las opiniones ni el sentir del pueblo (lo que sería retroalimentación) sino precisar el estado de adhesión de las masas al concepto propuesto en determinada programación. Generalmente, dichos medios no invitan al pueblo a dialogar sino que establecen un monólogo basándose en la falsa participación de los destinatarios a los que miden a través de encuestas. A lo sumo podrían llamarse de información, teniendo en cuenta que muchas veces se convierten en medios de distorsión y de manipulación de las masas a favor de grupos económicos, políticos, ideológicos, etc. Normalmente se dedican a difundir ideas, pensamientos y la simple difusión de información no es comunicación.

La comunicación en necesariamente interactiva, dinámica, dialogal. El diálogo es lo que une, lo que integra y hace crecer la vida. Totalmente contrario a diablo, que es lo que desune, que se desintegra la vida, la daña y hasta la destruye. En las familias, en los equipos, en las comunidades, en las Iglesias, en todos los grupos humanos, necesitamos generar, impulsados por al fuerza de la gracia, espacios de verdadera comunicación.

 “Desde el más casero espacio de que dispongamos, hasta las crecientes grandes manifestaciones, ejerzamos ese supremo don humano de la comunicación, en la verdad, en la comprensión, en la solidaridad. Comunicarnos para conocernos. Comunicarnos para acogernos. Comunicarnos para salvarnos juntos.” (Pedro Casaldáliga).

Oración

Jesús, hermano y redentor nuestro, te damos gracias porque llegas a nosotros siempre con Palabras de vida y de salvación. Hoy te abrimos las puertas de nuestra vida, de nuestra alma, de nuestra conciencia, de todo nuestro ser para que entres y restaures todas las heridas sufridas a lo largo de nuestro acontecer histórico. Ayúdanos a vencer el miedo, la cobardía y los complejos. Abre nuestros ojos para que podamos ver con claridad nuestro camino y las maravillas que el Padre Dios ofrece cada día. Abre nuestros oídos para escuchar a los hermanos, sus manifestaciones de amor, su reclamo, su anhelo de comunicación, así como el clamor de los necesitados. Que nuestros oídos siempre estén atentos para escuchar tu voz. Abre nuestros labios, para expresarnos con libertad y purifica nuestras palabras para que sean siempre edificantes y generadoras de vida.

Ayúdanos a superar el racismo, la discriminación y todo tipo de fundamentalismo. Ayúdanos a construir comunidades en las cuales podamos ejercer el don maravilloso de la comunicación. Que en nuestras familias haya verdadero diálogo constructivo, respetuoso y generoso. Que aprendamos a escucharnos y a expresar lo que pensamos y sentimos con amor sincero, y busquemos siempre la mutua edificación, la superación de nuestros conflictos y el afianzamiento de nuestros lazos de unión en lo fundamental. Amén.

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