P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com
Seguro en nuestra vida cotidiana hemos escuchado en ocasiones, expresiones fuertes, tales como: “tú si eres pendejo, eso no te toca a ti”, “en otro tiempo yo lo hubiera hecho, pero ya no soy pendeja”, “a mí me respetas, eso que lo hagan los pendejos que tienes en tu casa”, “oye, tú crees que soy un pendejo como los demás empleados que tienes”.
Cuando vamos al diccionario, encontramos que “PENDEJO” es considerada una palabra grosera y se refiere a los pelos del pubis (que en el lenguaje coloquial o llano sería: los pelos del ano). En algunos países significa: tonto; un adolescente que pretende comportarse como adulto. En Perú, esta palabra se refiere a quien es juguetón, en Costa Rica le suelen decir pendejo a los cobardes, a los miedosos.
Sin embargo, todo tiene una raíz, un origen, nada pasa sin alguna explicación lógica. Por eso no está de más cuestionarse: ¿los pendejos nacen o se hacen?, ¿por qué hay gente que la cogen de pendejas y a otras no?, ¿sabrá el pendejo que están abusando y aprovechándose de su persona?, ¿en qué momento se deja de ser pendejo?, ¿cómo piensan un pendejo?
Para comenzar a darle respuestas a estas preguntas hay que ser realistas, nadie nace pendejo, no hay un gen de la “pendejadería”. Lo que sí podemos decir es que la autoestima baja, las cicatrices de la infancia y de la adolescencia, el sentirse poca cosa ante los demás y la visión que se tenga de la vida, es la razón fundamental por la cual una persona puede que sea o no sea pendeja.
Seamos francos, dejamos de ser pendejos cuando reconocemos que tenemos un valor como seres humanos. Cuando nos damos cuenta que tenemos dignidad y le enseñamos al otro a que nos trate como persona, no como una cosa. Porque el respeto hacia nuestra persona, lo determinamos nosotros mismos, ya que la conciencia de quienes somos debe ser una reflexión personal y consciente.
Hay un cuento corto de Oscar Wilde que se llama: “El amigo fiel”, donde se ve claro como una persona puede llegar a ser un pendejo y no darse cuenta. Ahora bien, como digo una cosa, es necesario decir la otra, existen ocasiones que por pertenecer a un grupo o conseguir algo, se pueden realizar acciones de manera ciega sin saber hacia el precipicio que nos encaminan. Pero como vivimos en el mundo donde hay que ponerse el traje del otro para encajar en el grupo, se hace eso y otras cosas más.
En definitiva, ser pendejo pasó de moda. Hay que aprender a poner a la gente en su sitio. Nada de permitir que el otro nos trate como segundo plato o se crea superior a nosotros. Y si el miedo se apodera y nos frena, recordemos que ser pendejo no es una obligación, es una opción, porque nadie fue engendrado para vivir sufrimiento y dejándose humillar por otros.
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