Por Leonor María Asilis Elmudesi

Seguimos en el mes de María, ocasión que aprovecho para seguir meditando junto a ustedes las cualidades extraordinarias de nuestra Madre.

Ella, María, nuestra madre celestial por disposición de su Unigénito Jesús, hermano en su humanidad, padre en el Padre por su divinidad y Espíritu Santo que mora en nosotros en su condición de su Trinidad Santa nos la regaló porque sabía que no podía dejarnos en herencia nada mejor que Ella.

Nuestra Madre nos ama tanto que no deja de interceder por nosotros. Conoce nuestra debilidad. 

Anhela nuestro bien y no cesa de abogar por nosotros.

Para conocerla mejor basta meditar en la Palabra.

 En primera instancia, detengámonos en el pasaje bíblico que nos relata La 

Visitación a su prima Isabel. 

Ella que en verdad estaba como decimos en dominicana, en un lío armado, embarazada del Espíritu Santo, desposada de San José que humanamente no entendía ese misterio y en su gran bondad en lugar de detractarla (repudiarla) con el riesgo inmenso de que muriese apedreada según la ley judía, la repudio en secreto.

Ella, decidida a ser fiel a la Voluntad De Dios optó por mirar a su prójimo, y ayudar a quien la necesitaba: su prima de edad avanzada dando a luz.

 Tuvo que caminar largos kilómetros hasta llegar donde ella. Por supuesto que no fue a una fiesta, sino que fue a servirle. Así es María. 

Insisto que pudiendo descansar merecidamente en la gloria.

Este bello episodio en la vida de la Madre se medita en el segundo misterio gozoso del Santo Rosario. Si ahondamos aún más en él, nos damos cuenta que también se cumple la máxima de Jesús cuando nos señala en su Palabra que hay más alegría en dar que en recibir.

 Recordemos el gran piropo que recibió Ella de su prima cuando al llegar saltó de alegría Juan el Bautista aún desde el vientre de Isabel hecho que le reveló que Ella lleva a Cristo en sus entrañas.

Toda una epopeya de amor, de servicio y de generosidad que marcaron en ambas criaturas la confirmación de su vocación y misión.

Si nos vamos a la historia de la Iglesia naciente, desde Pentecostés, María estaba presente, actuante, vigilante, suplicante.

Hay otro episodio bellísimo que me encanta. La madre atenta, solícita, detallista, aquella ocasión en su condición de invitada que se dio cuenta de la falta de vino en la celebración de las bodas en Caná de Galilea.

Bastó que usara la sutileza, la acción callada pero firme, donde le sugirió de forma subliminal a su Hijo, consciente que es el Único que todo lo puede y en la confianza plena que absolutamente nada le negaría, recomendó de inmediato a  los camareros de entonces como también a nosotros en nuestros días esas eficaces palabras: «HAGAN LO QUE EL LES DIGA».

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