P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

Todo pasó muy rápido, sin darnos cuenta ya estábamos en otro lugar, mirando la vida desde otro ángulo. Ahora vivimos en las redes sociales: Facebook, Whatsapp, Instagram, Twitter, Telegram, etc. Pasamos del mundo presencial, a la “realidad” virtual. Las personas optaron mejor por mirarse a través de una pantalla que a estar cerca unas de otras. Las razones de la mudanza fueron superficialmente por comodidad, para buscar nuevos ambientes, poder hablar con libertad, elegir los amigos, descubrir otras culturas, pensamientos y maneras distintas de mirar la vida.

Aparentemente nos encontrábamos felices en nuestra nueva casa. Se nos había olvidado objetivamente el motivo de la mudanza, solo podíamos decir que como todos lo habían hecho, sentíamos la necesidad de hacer lo mismo. Aunque se nos escapó preguntarle a los demás por qué lo hicieron, qué los impulsó. Pero pese a que no hubo una reflexión profunda al respecto, nos encontrábamos allí, viviendo una aventura y dejando que el tiempo marchara a su propio ritmo.

Sin embargo, al poco tiempo de nuestra estadía en las redes, comenzamos a ver la rutina, los enojos, las incomodidades. Ya no era igual que el principio de la mudanza, cuando las emociones y las alegrías momentáneas cubrían el espacio. Ahora aparecieron las primeras crisis. De un pronto, estábamos atrapados, confundidos y desanimados, la nueva casa no resultó como esperábamos, nos alejamos de la realidad. Fue entonces cuando las fantasías y todo lo creado en la imaginación, tenían cuerpo y nos percatamos que en el mundo digital todo era plástico, líquido, light, sin contenido.

Entonces, tomamos conciencia y despertamos, nos percatamos que no era nuestra casa. Caímos en la cuenta que todo lo que habíamos dejado atrás era realmente lo importante: el contacto físico, las miradas, los sentimientos. Por eso, con la frente en alto, volvimos a nuestro hogar, a nuestro origen, a nuestra identidad. Estábamos agradecidos de la casa que nos acogió por unos días, pero en el fondo, lo hicimos porque queríamos escapar de la realidad presencial vivida.  Comprendimos, a partir de esto, que no era el sitio que tenía que estar diferente, sino nosotros. Que podíamos aparentar felicidad y bienestar ante los demás, pero realmente nos estábamos haciendo daño porque moríamos por dentro.

En ciertos momentos, volvíamos a ver la casa que habíamos dejado, porque los que se habían mudado eran nuestros amigos, esos que conocíamos desde la infancia. Nos preguntaron por qué habíamos vuelto de donde salimos y solo respondimos: -“Queríamos recuperar lo que verdaderamente somos”.  Entonces regresamos para nuestra vivienda, el lugar que nos recibió y nos acogió por muchos años.  Llegamos cansados y cuando entramos, observamos muchos regueros, todo estaba sucio, desorganizado. La casa estaba llena de telarañas, pero sentíamos paz y serenidad. Entonces nos sentamos un momento a contemplar todo, nos reímos por un largo rato por la complejidad de la vida, luego hicimos un profundo silencio, nos levantamos del lugar y comenzamos a organizar nuestro mundo personal, a colocar cada cosa donde correspondía….

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