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  • Primera Lectura.  Hch 1,12,14: “Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María la madre de Jesús”.
  • Salmo Responsorial Lc. 1, 46-47.48-49.50-5152-53.54-55: “Bienaventurada eres, Virgen María, que llevaste en tu seno al Hijo del Padre eterno”.
  • Evangelio. Lc 1, 26-38 :“Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

Queridos hermanos en la presencia de nuestro Señor Jesucristo, muy buenos día, tardes o noches.

La misión no exige entenderlo todo, sino confiar en el que llama. El “sí” de cada cristiano puede abrir caminos nuevos para el Evangelio. María nos enseña que la misión comienza en el corazón que escucha y responde.

El Papa Francisco nos recordaba que la esperanza cristiana es audaz, y que la misión es para todos. María, joven, humilde, sin poder humano, se convierte en la primera misionera.

La misión no exige entenderlo todo, sino confiar en el que llama.

Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María la madre de Jesús,

El ángel, entrando en su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

El que preside: Oremos al Señor, nuestro Dios.  El hace justicia a los oprimidos.

  1. Para que la Iglesia sepa dar a sus bienes un destino pastoral y social. Roguemos al Señor.
  2. Para que los economistas, en la ejecución de sus planes, no pierdan nunca de vista el desarrollo integral de la persona. Roguemos al Señor.
  3. Para que los ricos de nuestras sociedades opulentas, refinadas, caigan en la cuenta de los pobres Lázaros que están a la puerta de sus banquetes, esperando sus migajas. Roguemos al Señor.
  4. Para que no se endurezca nuestro corazón y seamos sensibles a la llamada de Dios a través de los pobres de este mundo. Roguemos al Señor.

El que preside: ENSÉÑANOS, Señor, a ser misericordiosos, guardando el mandamiento de tu Hijo, sin mancha ni reproche y así alcancemos tu misericordia.  Por Jesucristo, nuestro Señor.

Gregoria Mejía Hilario/greymhilario@gmail.com

“Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que vuelva jamás a abandonarte”

(San Alfonso María de Ligorio).

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