Solemnidad. Color: ROJO

Moniciones: XIII Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

  • Primera Lectura. Hch 12, 1-11: “Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él”.
  • Salmo Responsorial. 33, 2-3.4-5.6-7.8-9: “El Señor me libró de todas mis ansias”.
  • Evangelio. Mt 16, 13-19: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”.

Muy buenas (noches, días, tardes).  Sean todos bienvenidos a esta celebración:  celebramos hoy la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Los textos de la liturgia de hoy recogen los buenos momentos de la actividad de estas dos grandes columnas de la Iglesia que se entregaron de manera incondicional para dar a conocer la verdad, incluso hasta llegar a morir por ella.  Son dos gigantes en la fe que se complementan mutuamente y le dan forma a la misión de la Iglesia.  Nosotros necesitamos saber, conocer, en cierto modo experimentar, en la vida de los santos, lo que experimentamos en nuestra vida: nuestra contradicción y la constante compasión del Dios que nos levanta.  Les que se pongan de pie, para dar inicio a la Eucaristía de hoy y lo hacemos cantando con alegría. 

El texto que a continuación escucharemos nos sitúa al comienzo de la persecución del rey Agripa primero contra la comunidad cristiana.  Pedro ha sido liberado de las maquinaciones del rey, gracias a una intervención directa de Dios a favor del apóstol.  Pedro actúa como un autómata ante los mandatos del ángel, que siempre lleva la iniciativa.  Escuchemos atentos este interesante relato.

Escucharemos un párrafo de la segunda carta de San Pablo a Timoteo.  El apóstol repasa su vida y nos deja su testimonio: el esfuerzo y entrega de alguien apasionado que se ha entregado sin reserva a la causa del Evangelio.  Las imágenes deportivas que usa (combates, carrera) ayudan a acentuar el gozo por la cercanía de la meta final, pero el premio o la corona los da el Señor, fiel a su palabra y a los dones que ha querido dar a sus criaturas.  Escuchemos atentamente.

En el Evangelio de hoy se le da a Pedro “oficialmente” el título de piedra, roca en la que Jesús va a edificar su Iglesia, aunque ésta tiene un cimiento frágil no se hundirá.  El misterio de la Iglesia, con Pedro a la cabeza, es un misterio de fragilidad sostenido por la mano de Jesús que la cuida y la mantiene en pie.  Por otro lado, Pedro recibe el poder de atar y desatar.  “Tú eres Pedro y te daré las llaves del reino de los cielos.  Nos ponemos de pie y entonamos el aleluya para escuchar la proclamación del Evangelio.

Presidente: Confiémonos a la intercesión de los santos Pedro y Pablo, para que la Iglesia sea siempre custodiada y acompañada en su camino terrenal por la fuerza del Espíritu.  Digamos juntos.  “Concédenos señor una fe firme”.

1.- Por la santa Iglesia, en particular por la Iglesia que está en Roma: para que sea siempre fiel y coherente con la enseñanza de los apóstoles, de los cuales ha recibido el primer anuncio de la fe; que con humildad se ponga al servicio de toda la comunidad eclesial. Roguemos al Señor.

2.- Por el Papa Francisco, los obispos y los presbíteros: para que lleven a todos el Evangelio de la salvación, como Pedro, primer guía en la fe, y como Pablo, sembrador de la Palabra. Roguemos al Señor.

3.- Por todos los jóvenes que sienten el deseo de seguir al Señor por la vía de la castidad, la pobreza y la obediencia: que sean acompañados en un serio discernimiento sobre la voluntad de Dios para con ellos, para que respondan con alegría a la llamada del señor. Roguemos al Señor.

4.- Por los que sufren porque son perseguidos a causa de la fe: que el Señor sea siempre su fuerza, para que, como Pedro y Pablo, puedan dar su bello testimonio de fe. Roguemos al Señor.

5.- Por nosotros: para que, como sucedió con Pedro y Pablo, también nuestra vida pueda transmitir una fe firme, la alegría en el testimonio del Evangelio, y un amor grande al Señor y a su voluntad. Roguemos al Señor.

Presidente: Concede a tu pueblo, Padre, el poder festejar con alegría la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, y seguir su ejemplo con una digna conducta de vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

“Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que vuelva jamás a abandonarte”.

(San Alfonso María de Ligorio).

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