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  • Primera Lectura. I Jn 3, 7-10: “todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano”.
  • Salmo Responsorial: 97, 1.7-8. 9: «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”.
  • Evangelio. Jn 1, 35-42: “Éste es el Cordero de Dios”.

Amados hermanos en Cristo nacido de María Virgen, muy buenos días, tardes o noches.

El encuentro nos lleva a miradas aún más profundas sobre nosotros mismos y esto nos conduce a nuevos cambios.

Atrévete a ahondar en el mensaje del caminante. De seguro que cuando vayas y te encuentres con Él donde vive, lo verás, lo experimentarás, contemplarás, mirarás y seguirás. Él se dejará ver como el “cordero manso y humilde de corazón”, te llamará por tu nombre, y, de seguro, impactará positiva y profundamente tu vida y la de los tuyos.

El tentador siempre asecha para seducirnos y llevarnos al mal, a pecar.

Difícil resulta encontrarnos con la felicidad y no desear quedarnos con ella.

El que preside:  Con el alma llena de gozo por la maternidad divina de la Virgen María, dirigimos al Padre, que la ha asociado al misterio de la Redención, nuestra oración filial y confiada. 

Por la Santa Iglesia de Dios: para que, al celebrar las fiestas de Navidad, todos sus fieles renazcan a una vida de justicia, de libertad, de amor y de paz. Roguemos al Señor.

 Por todas las naciones del mundo: para que en este nuevo año reine la paz y la justicia. Roguemos al Señor.

Por los hijos y los padres: para que aprendan a escucharse los unos a los otros. Roguemos al Señor.

Por todos los que en otros años celebraban con nosotros estas santas fiestas y han partido de este mundo: para que en el Reino eterno contemplen el rostro de Cristo. Roguemos al Señor.

Por todos nosotros aquí reunidos: para que seamos fieles a Cristo y a nuestro compromiso cristiano durante este nuevo año. Roguemos al Señor.

El que preside: Oh, Dios, principio y fin de las cosas, recibe por medio de María, la Virgen y Madre, la oración confiada de tu pueblo, concédenos que, al celebrar, llenos de gozo, la solemnidad de la Santa Madre de Dios, así como nos gloriamos de las primicias de su gracia, podamos gozar de su plenitud.  Por Jesucristo, nuestro Señor.

Gregoria Mejía Hilario/greymhilario@gmail.com

“Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que vuelva jamás a abandonarte”

(San Alfonso María de Ligorio).

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