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  • Primera Lectura. Hch 3, 1-10: “No tengo plata ni oro, pero doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar”.
  • Salmo Responsorial: 104, 1-2.3-4.6-7.8-9: “Que se alegren los que buscan al Señor”.
  • Evangelio. Lc 24, 13-35: “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”.

En el libro de los hechos de los apóstoles, el Señor, a través del apóstol San Pedro, se manifiesta con poder y con amor en la sanación del paralítico. Lo levanta de su condición. Y no es sólo que le hace caminar, sino que también le transforma, le da una nueva vida, una nueva fe y una alegría profunda, salta de gozo y comienza a alabar a Dios. El hombre que estuvo paralítico toda una vida puede alabar, puede cantar, puede celebrar por el poder del Nombre sobre todo nombre.

El Espíritu de Dios está sobre él. Y esta señal hizo que muchos al ver la transformación del paralítico fueran tocados. Jesús sale al encuentro, utiliza a los apóstoles Pedro y Juan, para levantar al paralítico. Hoy Jesús quiere levantarnos a cada uno de nosotros, quiere que nuestra mirada se pose en su persona, El Señor hoy quiere levantar nuestra esperanza, y nuestra confianza en Él.

En la lectura del Evangelio los discípulos caminan desesperanzados; han pasado dos días, y ya los discípulos de Jesús han comenzado a manifestar la penumbra en la fe. Ya no esperan confiados. En muy poco tiempo su espera los desgasta, les entristece: “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto”.

    En nuestro caso, muchas veces pasa eso; sentimos desánimos, tristeza, abandono de parte de Dios. Pero Jesús nos recuerda todo aquello que nos ha sido anunciado y prometido a través de su Palabra y de nuestra experiencia de fe en la iglesia, Él no nos abandona en medio de nuestras dudas, temores y tibiezas. Él sigue caminando a nuestro lado y se interesa por lo que tenemos que contarle. Él no violenta nuestra libertad, Jesús nos escucha. Jesús no puede renunciar a su amor y cuidado por cada uno de nosotros. Y busca devolvernos la esperanza, y nuevamente se manifiesta en la fracción del pan. Esta oportunidad nosotros la tenemos cada día en la Eucaristía.

El Señor se nos acerca y comienza a caminar con nosotros, y quiere que dejemos a un lado todo aquello que nos impide seguirle. Quiere que dejemos todo aquello que nos distrae, y volvamos nuestra mirada hacia Él. No importa la parálisis que haya en nuestra vida. Hoy Jesús quiere obrar con todo su amor y poder en nuestras vidas, solo espera que le miremos para levantarnos.

Siempre que el Señor se hace presente en nuestras vidas experimentamos la paz, la alegría, el impulso, el gozo, porque Jesús nos da vida, Jesús dinamiza nuestro interior. ¡Les ardía el corazón! Cuando nos encontramos con el Señor, vivo y resucitado, necesitamos compartir con otros la experiencia de la resurrección. Que en este tiempo de Pascua el Señor nos conceda la gracia de poder experimentar el gozo y la alegría del Resucitado y que con gran entusiasmo podamos compartir la nueva vida que se manifiesta en Él.

(Guía Litúrgica)

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