Miércoles, 6 de septiembre del 2023
Color: VERDE
- Primera Lectura. Colo 1, 1-8: “En nuestras oraciones damos siempre gracias por ustedes a Dios”.
- Salmo Responsorial. 51, 10-11: “Confío en tu misericordia, Señor, por siempre jamás”.
- Evangelio. Lc 4, 38-44: También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.
“Confiemos siempre en la misericordia del Señor”
Primera lectura: Col 1, 1-8
Comienzo de la Carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo al pueblo santo que vive en Colosas, de hermanos fieles a Cristo.
Les deseamos la gracia y la paz de Dios nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por ustedes a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de su fe en Cristo Jesús y del amor que tienen a todo el pueblo santo.
Les anima a esto la esperanza de lo que Dios les tiene reservado en los cielos, que ya conocieron cuando llegó hasta ustedes por primera vez la Buena Noticia, el mensaje de la verdad.
Esta se sigue propagando y dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre ustedes desde el día en que lo escucharon y comprendieron de verdad lo generoso que es Dios.
Fue Epafras quien se lo enseñó, nuestro querido compañero de servicio, auxiliar fiel que Cristo nos ha dado. Él ahora nos ha hecho ver el profundo amor que sienten por nosotros.
Palabra de Dios
Salmo Responsorial: 51, 10-11
R/. Confío en tu misericordia, Señor, por siempre jamás
Pero yo, como verde olivo en la casa de Dios, confío en la misericordia de Dios, por siempre jamás. R/.
Te daré siempre gracias porque has actuado; proclamaré delante de tus fieles: “Tu nombre es bueno”. R/.
Evangelio: Lc 4, 38-44
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios”. Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo:
«También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado”.
Y predicaba en las sinagogas de Judea.
Palabra del Señor
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