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  • Primera Lectura. 1 Cor 3, 1-10: “Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; por tanto, el que planta no significa nada ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios”.
  • Salmo Responsorial. 32, 12-13.14-15.20-21: “Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad”
  • Evangelio. Lc 4, 38-44: “Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando”.

Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios

Hermanos: No pude hablarles como a hombres de espíritu, sino como a gente débil, como a cristianos todavía en la infancia. Por eso los alimenté con leche, no con comida, porque no estaban para más. Por supuesto, tampoco ahora, que siguen los bajos instintos. Mientras haya entre ustedes envidias y contiendas, es que los guían los bajos instintos y que proceden como gente cualquiera. Cuando uno dice «yo soy de Pablo» y otro, «yo de Apolo», ¿no son como cualquiera? En fin, de cuentas, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Agentes de Dios que los llevaron a la fe, cada uno como le encargó el Señor.

Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; por tanto, el que planta no significa nada ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios. El que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada uno recibirá el salario según lo que haya trabajado. Nosotros somos colaboradores de Dios, y ustedes campo de Dios. Son también edificio de Dios.

Palabra de Dios

R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. R/.

Desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra: él modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones. R/.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios”. Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo: «También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado”. Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Palabra del Señor

“Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que vuelva jamás a abandonarte”.

(San Alfonso María de Ligorio).

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