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  • Primera Lectura. Hch 20, 28-38: “Hay más dicha en dar que en recibir”.
  • Salmo Responsorial. 67, 29-30.33-35a.35b.36c: “Reyes de la tierra, canten a Dios”.
  • Evangelio. Jn 17, 11b-19: “Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros”.

Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles

En aquellos días, decía Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: «Tengan cuidado de ustedes y del rebaño que el Espíritu Santo les ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo. Ya sé que, cuando les deje, se meterán entre ustedes lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de ustedes deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Por eso, estén alerta: acuérdense que, durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora los dejo en manos de Dios y de su palabra de gracia, que tiene poder para construirles y darles parte en la herencia de los santos. A nadie le he pedido dinero, oro ni ropa. Bien saben que estas manos han ganado lo necesario para mí y mis compañeros. Siempre les he enseñado que es nuestro deber trabajar para socorrer a los necesitados, acordándonos de las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir.”»

Cuando terminó de hablar, se pusieron todos de rodillas, y rezó. Se echaron a llorar y, abrazando a Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba era lo que había dicho, que no volverían a verlo. Y lo acompañaron hasta el barco.

Palabra de Dios

R/. Reyes de la tierra, canten a Dios

Oh Dios, despliega tu poder, tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro. A tu templo de Jerusalén traigan los reyes su tributo. R/.

Reyes de la tierra, canten a Dios, toquen para el Señor, que avanza por los cielos, los cielos antiquísimos, que lanza su voz, su voz poderosa: «Reconozcan el poder de Dios”. R/.

Sobre Israel resplandece su majestad, y su poder, sobre las nubes. ¡Dios sea bendito! R/.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan

En aquel tiempo Jesús, levantando los ojos al cielo, oró diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad”.

Palabra del Señor

“Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que vuelva jamás a abandonarte”.

(San Alfonso María de Ligorio).

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