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  • Primera Lectura. II Sam 24, 2.9-17: “Mejor es caer en manos de Dios, qué es compasivo, que caer en manos de hombres”.
  • Salmo Responsorial: 31, 1b-2.5.6.7: “Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado”.
  • Evangelio. Mc 6, 1-6: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.

Lectura del Segundo Libro de Samuel

En aquellos días, el rey ordenó a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él: «Vayan por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo”.

Joab entregó al rey los resultados del censo: en Israel había ochocientos mil hombres aptos para el servicio militar, y en Judá quinientos mil. Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia, y dijo al señor: «He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque he hecho una locura”.

Antes que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió la palabra del Señor: «Vete a decir a David: Así dice el señor: Te propongo tres castigos; elige uno y yo lo ejecutaré.»

Gad se presentó a David y le notificó: «¿Qué castigo escoges: tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo, o tres días de peste en tu territorio: ¿Qué le respondo al señor que me ha enviado?»

David contestó: «Estoy en un gran apuro. Mejor es caer en manos de Dios, qué es compasivo, que caer en manos de hombres”. El señor Mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo señalado. Y, desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo.

El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla. Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor: «¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia”.

El señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel que estaba asolando a la población: «¡Basta! ¡Detén tu mano!»

Palabra de Dios

R/. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado

Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. y en cuyo espíritu no hay engaño. R/.

Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.

Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia: la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará. R/.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación. R/.

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él.

Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Palabra del Señor

“Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que vuelva jamás a abandonarte”

(San Alfonso María de Ligorio).

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