Color: BLANCO

  • Primera Lectura. II Sam 11, 1-4a.5-10.13-17: “La mujer quedó embarazada y le mandó decir a David: Estoy encinta”.
  • Salmo Responsorial: 50, 3-4.5-6a.6bc-7.10-11: “Misericordia, Señor, hemos pecado”.
  • Evangelio. Mc 4, 26-34: “Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado”.

Lectura del Segundo Libro de Samuel

En la época del año en que los reyes acostumbraban a salir a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales y todo Israel contra los amonitas. Los derrotaron y pusieron sitio a Rabbá. David se había quedado en Jerusalén.

Un día, al atardecer, se levantó de dormir y se puso a pasear por la terraza del palacio; desde ahí vio a una mujer que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa. David mandó preguntar quién era aquella mujer y le dijeron: «Es Betsabé, hija de Eliam, esposa de Urías, el hitita”.David mandó unos criados a buscarla. Se la trajeron a su casa y durmió con ella. La mujer quedó embarazada y le mandó decir a David: «Estoy encinta”.

Entonces David le envió un mensaje a Joab: «Haz que venga Urías, el hitita”.Joab cumplió la orden, y cuando Urías se presentó a David, el rey le preguntó por Joab, por el ejército y por el estado de la guerra. Luego le dijo: «Ve a descansar a tu casa, en compañía de tu esposa”.Salió Urías del palacio de David y éste le mandó un regalo. Pero Urías se quedó a dormir junto a la puerta de palacio del rey, con los demás servidores de su señor, y no fue a su casa.

Le avisaron a David: «Urías no fue a su casa”.Al día siguiente, David lo convidó a comer con él y lo hizo beber hasta embriagarse. Ya tarde, salió Urías y se volvió a quedar a dormir con los servidores de su señor y no fue a su casa.

A la mañana siguiente escribió David a Joab una carta y se la envió con Urías. En ella le decía: «Pon a Urías en el sitio más peligroso de la batalla y déjalo solo para que lo maten”.Joab, que estaba sitiando la ciudad puso a Urías frente a los defensores más aguerridos. Los sitiados hicieron una salida contra Joab y murieron algunos del ejército de David, entre ellos, Urías, el hitita.

Palabra de Dios

R/. Misericordia, Señor, hemos pecado

Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados. R/.

Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti sólo pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo. R/.

Es justa tu sentencia y eres justo, Señor, al castigarme. Nací en la iniquidad, y pecador me concibió mi madre. R/.

Haz que sienta otra vez júbilo y gozo y se alegren los huesos quebrantados. Aleja de tu vista mis maldades y olvídate de todos mis pecados. R/.

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

Les dijo también: «¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Palabra del Señor

“Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que vuelva jamás a abandonarte”

(San Alfonso María de Ligorio).

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