Color: MORADO.  III Semana del Salterio

  • Primera Lectura. II Re 5, 1-15a: “Entonces Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, según la palabra del hombre de Dios y su carne quedó limpia como la de un niño”.
  • Salmo Responsorial: 41, 2.3;42,3.4 R/. Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿Cuándo veré el rostro de Dios?”.
  • Evangelio. Lc 4, 24-30: “Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”.

Lectura del Segundo Libro de los Reyes

En aquellos días, Naamán, general del ejército del rey de Siria, era un hombre que gozaba de la estima y del favor de su señor, pues, por su medio, había dado el Señor la victoria a Siria. Pero este gran guerrero era leproso.

En una de las correrías, una banda de sirios había traído cautiva de Israel a una jovencita, que pasó al servicio de Naamán. Dijo ella a su señora: –«Ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaria: Él lo libraría de la lepra».

Naamán fue a informar a su señor: – «Esto y esto dice la muchacha israelita». Y el rey de Siria contestó: – «Ven que te voy a dar una carta para el rey de Israel.»

Naamán se puso en camino, llevando tres quintales de plata, seis mil monedas de oro y diez trajes. Y presentó al rey de Israel la carta que decía: – «Cuando recibas esta carta, verás que te envío a mi ministro Naamán para que lo libres de la lepra». Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras, exclamando: «¿Soy yo acaso un dios capaz de dar muerte o de dar vida, para que éste me encarga de librar a un hombre de su lepra? Fíjense bien y verán que está buscando un pretexto contra mí». Cuando Eliseo, el hombre de Dios, se enteró que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras, le envió este recado: «¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.»

Vino Naamán con sus caballos y su carroza y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo. Eliseo le mandó un mensajero a decirle: «Ve, báñate siete veces en el Jordán y tu carne quedará limpia».

 Naamán se enojó y se marchó gruñendo: «Yo me imaginaba que saldría en persona a encontrarme, y que en pie invocaría el nombre del Señor su Dios, pasaría su mano sobre la parte enferma y me libraría de la lepra. ¿Es que los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No puedo bañarme en ellos y quedar limpio?». Dio media vuelta y se marchó furioso. Pero sus siervos lo abordaron diciendo: «Señor, si el profeta te hubiese prescrito algo difícil, ¿no lo habrías hecho? Cuánto más si lo que te prescribe es simplemente que te bañes para quedar limpio.»

Entonces Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, según la palabra del hombre de Dios y su carne quedó limpia como la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo: «Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel».

Palabra de Dios

R/. Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿Cuándo veré el rostro de Dios?

Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. R/.

Tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? R/.

Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. R/.

Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío. R/.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas

Vino Jesús a Nazaret y dijo al pueblo en la sinagoga: – «Les aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Les garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio».

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”.

Palabra del Señor

“Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que vuelva jamás a abandonarte”.

(San Alfonso María de Ligorio).

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