P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

Todos hemos pasado en algún momento por situaciones amargas, incómodas y dolorosas, que nos quitan la paz y nos mantienen en incertidumbre. Días grises, que cuando llegan parecen una eternidad en nuestra existencia. Cuando aparecen estos instantes sentimos que se pierde la dirección de nuestros ideales y propósitos, tenemos la sensación de ver el mundo caerse encima de nosotros; se nos nubla la razón, los sentimientos nos traicionan y el deseo de vivir disminuye. En otras palabras, cambia el panorama y no sabemos qué hacer, ni cómo superarlo.      

 Antes que nada, debemos decir que es normal que lleguen los problemas, las crisis y otras realidades humanas. La vida está llena de todo. Además, no controlamos siempre lo que nos pasa, existen muchas cosas que nos salen al frente; algunas surgen por accidentes, otras, porque nos descuidamos o por exceso de confianza en creer que jamás nos pasará nada. Hay muchas razones por la cual el tiempo se pone difícil, pero tenemos que tener claro, que lo importante no es que lleguen esos momentos, sino saber qué hacemos cuando estén, adónde acudimos para encontrarle una solución, en qué o en quiénes depositamos nuestra confianza para salir de la agonía que nos atormenta.

 Cada persona enfrenta sus miedos y dificultades de manera distinta, y es justamente la madurez, la experiencia de la propia vida, la filiación a lo espiritual y la resiliencia que forjamos con los años, lo que hará que superemos todo lo que nos pase a lo largo de nuestro camino, o que nos derrumbe y nos quedemos tirados en el suelo. De ahí que, la actitud que tengamos es determinante, pues hace que veamos si realmente tenemos raíces profundas en las que podemos apoyarnos o, si simplemente hemos gastado la vida en superficialidades.

Es precisamente cuando todo se vuelve oscuro que no podemos olvidar la presencia de Dios, su amor y su acompañamiento, ya que solo entiende de dolor únicamente quien ha sufrido. Por eso nadie puede hablarle de experiencias dolorosas a Jesús, porque sin necesidad alguna pasó como uno de tantos en esta tierra, se hizo semejante a nosotros menos en el pecado; el divino, el eterno, aprendió sufriendo a obedecer para enseñarnos, no con ideas sublimes sino con su propia vida y entrega, que es posible salir adelante, aunque la carga resulte pesada. 

 Dios camina con nosotros. Está siempre a nuestro lado. Comprende el sendero de espina que transitamos. Palpa de cerca de nuestras lágrimas, incomprensiones e impotencias humanas. Lo que pasa que, dada la circunstancia de la vida, nuestras miradas entretenidas, nuestra falta de fe, hacen que lo sintamos lejos e indiferente. Por eso, volvamos nuestra mirada a nuestro Creador, seamos capaces de darnos la oportunidad de percibir lo que nos tiene preparado. Por tanto, no tengamos miedo a los avatares que encontremos, mientras tengamos aliento de vida, levantemos la cabeza, llenémonos de voluntad e imploremos siempre la presencia de Dios, porque con Él se puede todo, sin Él no se logra nada.

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