Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Estamos celebrando el Domingo Vigésimo (XX) del Tiempo Ordinario, hoy Jesús nos habla de él como el pan vivo bajado del cielo. Solo un pan que se quiere dejar comer es capaz de bajar del cielo, ante un mundo sediento y hambriento de Dios.

Tomo como preámbulo de la primera lectura del Libro de los Proverbios  un trozo que nos habla precisamente del pan y del vino para luego adentrarme al significado propiamente dicho del Evangelio, apreciamos que: 

“Los inexpertos que vengan aquí, quiero hablar a los faltos de juicio: Vengan a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejen la inexperiencia y vivirán, sigan el camino de la prudencia.”

En el Evangelio este discurso de Jesús en donde se autodefine como el pan vivo bajado del cielo tuvo lugar en la sinagoga de Capernaum:  En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.” El pan es muy significativo para las diferentes culturas, casi todas las culturas conocen y elaboran el pan, para su consumo, según las posibilidades y diferentes técnicas para elaborarlo.

“Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Jesús también se revela y se manifiesta públicamente como el pan y no cualquier pan es un pan vivo, como el mismo lo expresa.  Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Gran misterio el que se entreteje en torno a Jesús pan de vida bajado del cielo, hasta los judíos están escandalizado, se muestran escépticos y discuten entre ellos sobre cómo Jesús puede darles su carne para comer y llegan a decir: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Entonces Jesús les dijo: “Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes.” Esta expresión de Jesús me trae a la memoria lo que le dijo Pedro cuando Jesús se acerca a él con la firme intención de lavarle los pies y pedro se resiste, le responde el Maestro: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Acercarse a la comunión es ponernos en el camino que nos da la vida eterna. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.” Jesús con mucha firmeza y con argumento defiende la intimidad y la fusión en santidad de todos aquellos que al comulgar se hacen uno con él.

El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. “Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de sus padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.”  

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