• Primera lectura: Sof 3,14-18: Contigo él goza y es feliz.
  • Salmo Responsorial: Is 12,2-6: El Señor es mi fuerza y salvación.
  • Segunda lectura: Flp 4,4-7: Hay que estar alegres en el Señor.
  • Evangelio: Lc 3,10-18: Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Color: MORADO

Neptalí Díaz Villán

Sofonías: Al parecer Sofonías fue contemporáneo de Jeremías y de Nahúm. Es posible que el nombre de Sofonías (que significa Yahvé ha ocultado) se deba a la época en la cual le tocó vivir, llena de situaciones difíciles, como las atrocidades perpetradas por Manasés, quien hizo derramar mucha sangre. (2 Re 21.16).

Después de la muerte del rey Ezequías (715-687 a.C.), el estado religioso del reino de Judá se deterioró. La religión se convirtió en algo meramente ritual y externo; se dedicaban a repetir tradiciones y a realizar ritos vacíos. Manasés, hijo de Ezequías, reedificó los altares del dios Baal y con esto resurgió el culto a otros dioses, calificado por los profetas como un culto idolátrico. Para los profetas esto equivalía al rechazo a la alianza.

Las profecías de Sofonías denuncian la idolatría que veía en Jerusalén. Su mensaje tiene un tono melancólico y amenazante. Declaró que el juicio de Dios, o la hora de Yahvé como él la llama, sería inminente. Pero en medio de las amenazas por “el día de Yahvé”, el profeta también anunció un tiempo de gracia y de salvación. Dijo que Dios hacía pasar a su pueblo por los fuegos de la aflicción, con el fin de prepararlos para que fueran una bendición para toda la humanidad. En el fragmento que hoy leemos invita a cantar con júbilo, pues la misericordia de Dios hace posible el perdón y su mano generosa los salva de las calamidades. Por tal motivo no debe existir el miedo, que es signo de la falta de fe.

La presencia indulgente de Dios debe ser un aliciente para vencer el desaliento y para continuar con los proyectos como pueblo:Aquel día se dirá a Jerusalén: Sión, no tengas miedo, no te dejes vencer del desaliento. El Señor tu Dios está en medio de ti; él es invencible, él te salvará. Contigo él goza y es feliz, y de nuevo te hará sentir cómo te ama; y contigo compartirá la alegría de los días de fiesta.”

También Pablo, en su carta a los filipenses, invitó a sus hermanos a cambiar la actitud ante los acontecimientos humanos. A no dejarse agobiar por las penas y a elevar peticiones y acciones de gracias al Señor. A tratar a todo el mundo con amabilidad y a vivir siempre alegres porque el Señor está cerca. Cuando asumimos nuestra vida con la certeza de que el Señor está cerca y nos da la mano caminamos más seguros, y viviremos más tranquilos y en paz.

La pregunta moral: Con la lacerante predicación del Bautista, el pueblo reflexionaba sobre su propia situación personal y comunitaria. Descubría que algo andaba mal y que, de una u otra manera, todos tenían responsabilidad y por lo tanto todos debían hacer algo para transformar esa realidad. De ahí la pregunta: “¿qué debemos hacer nosotros?”  Eso es lo que se llama la pregunta moral: “¿Qué es lo bueno y qué debo hacer? La pregunta moral busca que el individuo se comprometa con su propia historia personal y comunitaria. Que aprenda a captar dónde están la bondad y la maldad de las cosas y que opte por el bien.

Podemos aprovechar este texto de Lucas para hacernos también nosotros la pregunta moral. Después de un análisis real y concienzudo que nos ayude a identificar nuestra realidad interna y externa, nuestro mundo interior y exterior, podemos preguntarnos: ¿Qué debemos hacer? Vivimos en un ambiente familiar, social, eclesial, estudiantil o laboral. Estamos rodeados de familiares, amigos, vecinos y compañeros, así como de ideologías que nos venden unos pseudo valores de moda, caminos y propuestas tentadoras.

Nos encontramos a cada momento con la necesidad de decidir entre un camino u otro, entre la acción o la omisión. Es necesario formar una conciencia coherente con la realidad, recta y capaz de descubrir la bondad o la maldad de las cosas, para optar por el bien y dejar el mal. De tal manera que, ante tantas propuestas de nuestro mundo, podamos “escoger la mejor de las posibilidades y realizarla”, como dijo Aristóteles.

Para nosotros el punto de referencia es Dios, Padre de misericordia. Nuestra moral está orientada fundamentalmente por el amor de Dios dador de vida y de dignidad para sus hijos. Como hijos de Dios, conducidos por su gracia, inspirados por su Espíritu, tenemos que ser personas con calidad ética. Porque “el ser”, “el pensar” y “el creer” nos deben conducir “al hacer”. Es decir, que la fe debe traducirse en obras concretas de justicia y fraternidad.

La invitación es para todos: “No hay pobre que no pueda dar, ni rico que no pueda recibir”. Y como dijo San Francisco: “dando es como recibimos; perdonando es como somos perdonados; y muriendo es como nacemos a la vida entera.”

El Bautista invitó a todos a compartir, inclusive a los más pobres: “el que tenga dos túnicas, que le dé una al que no tiene, el que tenga alimentos que haga otro tanto”. La verdadera vivencia del Adviento y la Navidad no está tanto en estrenar, como en compartir y hacer brotar de nosotros sentimientos de misericordia. Ese es el verdadero culto a Dios.

Ante la pregunta moral el Bautista no respondió con discursos o reflexiones piadosas. Fue al grano. A los recaudadores le dijo: “No exijan más de lo que está mandado.” A los soldados le dijo: “No exijan dinero por la fuerza ni hagan denuncias falsas; conténtense con su sueldo.” Y les dijo eso porque, entre otras cosas, caían en esas actitudes con las cuales hacían mucho daño a la gente.

Adviento y Navidad tienen que representar para nosotros un espacio de reflexión para evaluar nuestra vida. Este tiempo es una oportunidad para pensar y descubrir qué elementos necesitamos cambiar; todas aquellas actitudes injustas con el prójimo o con nosotros mismos. ¿Qué nos diría hoy el Bautista?, ¿Qué debemos hacer como padres de familia, como hijos, como trabajadores, como empresarios, como miembros de una iglesia o de la sociedad?

Ante la situación de nuestro mundo, la gran mayoría quiere cambios y pide por la paz mundial. Pero ¿estamos dispuestos a cambiar nosotros y a trabajar para lograrlo? Mi familia, mi comunidad, mi ciudad, mi país, cambiarán con el aporte de todos. Nada ganamos con echarle la culpa a los demás por las duras situaciones: “¡Que la iglesia está en crisis por culpa de los curas!”, “¡Que la sociedad está mal por culpa de los políticos! ¿Se me olvida que yo también soy iglesia? ¿Se me olvida que yo también soy ciudadano y que, por acción o por omisión, elijo los líderes, y que tengo responsabilidad social?

Para finalizar digamos que en este domingo hay una especial invitación a la alegría. La primera y la segunda lectura invitan a cantar, a bailar, a saltar de gozo y a estar siempre alegres por la acción de Dios. En la literatura bíblica la alegría es consecuencia de la acción de Dios en el pueblo y el cumplimiento de sus promesas. Aunque en nuestra vida pasemos momentos duros no podemos perder la ilusión y la alegría de vivir. La fe en Dios tiene que expresarse también en nuestra capacidad para superar los conflictos, y para estar siempre alegres. Decía Teresa de Ávila: “un santo triste es un triste santo”.

Oración

Oh Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, te damos gracias por todas las bendiciones que cada día recibimos de Ti. Gracias por este tiempo de Adviento para reflexionar y para tomar decisiones que nos ayuden a ser mejores seres humanos.

Ayúdanos a vencer el miedo y a enfrentar nuestra vida con alegría y esperanza porque Tú estás cerca de nosotros. Tú siempre nos escuchas y nos das la mano para vencer todos los obstáculos en nuestra búsqueda de felicidad y plenitud. Ayúdanos a vencer sin dejar vencidos a nuestro paso, a ganar sin dejar perdedores a la deriva, a cantar victoria sin que otros tengan que llorar por su fracaso. Danos la sabiduría para generar soluciones integrales e integradoras a tantos retos que este mundo nos presenta; soluciones eficientes, eficaces, y de carácter comunitario y equitativo.

Ayúdanos a descubrir nuestro ser y quehacer en la historia. A vivir de manera coherente con nuestro ser de hijos tuyos y seguidores de tu Hijo Jesús. Que la gracia de tu Espíritu inunde nuestros corazones de alegría y que manifestemos tu presencia viva y eficaz a nuestro alrededor. Danos un corazón fuerte y decidido para luchar; limpio y grande para amar; amable y generoso para dar. Ayúdanos a actuar de manera correcta moral y éticamente. A vivir la justicia, la equidad, la fraternidad y la solidaridad.

En tus manos vencemos el miedo, nos sentimos hijos, libres y seguros, porque en tus manos somos conducidos irreversiblemente a la plenitud de la felicidad y a la alegría completa. Todo esto te lo pedimos unidos a Jesús Hijo tuyo y hermano nuestro, que vive y hace vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

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