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  • Primera Lectura. Rom 10, 9-18: “A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje”.
  • Salmo Responsorial. Salmo Responsorial:18, 2-3.4-5: “A toda la tierra alcanza su pregón”.
  • Evangelio. Mt 4, 18-22: “Vengan y síganme, y los haré pescadores de hombres”.

Hoy celebramos la fiesta de uno de los discípulos Jesús: Andrés, hermano de Pedro, natural de Betsaida. Según la tradición, predicó el Evangelio en muchas regiones y fue crucificado en Acaya.

La primera lectura es un fragmento muy conocido de la carta a los romanos. En el contexto de una reflexión sobre el papel salvador de Cristo, Pablo introduce una primitiva formula kerigmática: “Si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos te salvarás”. Para invocar es necesario creer. Y para creer hay que anunciar el evangelio. No hay anuncio sin envío. Por eso es tan necesaria la tarea del evangelizador y Pablo afirma: “¡Que hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!”. La fe, en definitiva, brota del anuncio del mensaje de la Buena Nueva.

El Evangelio narra la llamada de los primeros discípulos según la versión de Mateo. El escenario del relato es la ribera del lago de Galilea. Aquí vio a dos hermanos Simón y Andrés humildes pescadores a quienes Jesús les dijo: “Vengan y síganme, y los haré pescadores de hombres”.

La acción de Jesús comienza por la mirada y prosigue con la palabra. El resultado de la invitación es fulminante. Estos dos primeros, y más adelante los hermanos Santiago y Juan, dejan la barca y a su padre y siguen a Jesús. Jesús los llamó para que lo siguieran y fueran servidores de su reino. El llamado del Señor es imperativo e irresistible. No deja lugar a dudas ni espera. Ellos no titubearon en hacerlo.  

Para la mayoría de las personas su familia y su profesión ocupan el centro de su vida, pues de ellas reciben lo fundamental para vivir. Pero podemos asegurarles por vivencia propia que cuando nos dedicamos como laicos a servirle al Señor, Él nos va acomodando todo, de manera tal, que el tiempo se distribuye y podemos equilibrar nuestras familias, trabajos y el servicio en la Iglesia. Cuando nos ocupamos de las cosas del Señor, Él se ocupa de las nuestras.

Ante la llamada personal que Cristo me hace ¿qué tengo que hacer para seguirlo? ¿Debo dejar mi trabajo, mi familia, mi negocio? No necesariamente. Se trata de cambiar de actitud y hacer de nuestro quehacer cotidiano un acto de servicio a los demás, a los que me rodean, a los que vienen a mí para que los escuches, para que los oriente. Es hermoso seguir a Jesús. Pero también cuesta seguirlo.

Muchas cosas tendremos que vencer cada día, pero es posible lograrlo. Basta con mantener la mirada puesta en Jesús, recordando siempre por qué hacemos las cosas y a quién servimos. Esto nos dará las fuerzas que necesitamos para vencer los embates del maligno quien irá tras nosotros para desanimarnos y hacernos perder el objetivo.

Sigamos pues a Jesús viviendo la honestidad en nuestra familia y formando a nuestros hijos en sus enseñanzas. Amén.

(Guía Litúrgica)

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