Martes, 5 de noviembre del 2024
- Primera lectura. Fil 2, 5-11: “Tengan entre ustedes los sentimientos propios de Cristo Jesús”.
- Salmo responsorial. 21,26b-27.28-30a.31-32: “El Señor es mi alabanza en la gran asamblea”.
- Evangelio. Lc 14,15-24:“Sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se me llene la casa”.
Color: VERDE
«Nuestro Padre no se cansa de invitarnos a su casa”
Normalmente cuando preparamos un evento de importancia en nuestras vidas, una boda o aniversario de boda o un cumpleaños, nos esmeramos cuidadosamente en invitar a gente muy querida por nosotros y esperamos que con el mismo cariño con que los invitamos, con ese mismo cariño ellos asistan. Usualmente la preparación de este tipo de evento conlleva mucho tiempo y requiere de la inversión de recursos económicos.
Aquí, en la parábola de Jesús que hoy nos presenta el evangelista san Lucas, nos podemos imaginar al hombre que invirtiendo tiempo y recursos preparó ese gran banquete, mandando a decir a los convidados: “vengan, que ya está preparado”.
Sin embargo, vemos cómo comienzan las excusas: el que comprado un terreno y tenía que ir a verlo -algo que podía esperar para otro momento-; el que compró cinco yuntas de bueyes y quería probarlas -no era necesario que él las probara en ese momento-; y el que se casó y dijo que no podía ir. ¿Acaso no podía ir con su pareja? ¡Caramba!
¡Excusas, excusas y más excusas! Muy parecidas a las que utilizamos cuando el Señor nos llama a alguna misión: que estamos cansados de mucho trabajar; que los niños demandan mucho; que hay muchas tareas que revisar; que muchos asuntos personales que resolver; que me da pavor hablar en público. En fin, más excusas para no estar dispuestos al sacrificio que conlleva dar una respuesta positiva al Señor.
Verdaderamente que este texto del Evangelio nos interpela profundamente. El Señor nos llama. El Señor nos invita a participar de su banquete. Pero nosotros siempre tenemos cosas más importantes que hacer; responsabilidades que atender. ¡Seguimos excusándonos!
Tenemos tanto que hacer, tanto que proteger, que dudamos que su invitación pueda exigir que pongamos en juego lo que tenemos. Así, siempre tendremos una buena excusa para no avanzar en el compromiso con el Señor. Queremos que su llamado sea una gratificante “experiencia religiosa”, algo bonito, privado, sumamente vivificante y refrescante, ¡y nada más! Pero nos quedamos ahí; no nos interesa dar el paso, porque eso requiere un cambio, una decisión, ¡un compromiso! A eso no siempre estamos dispuestos.
En esta parábola, igual que en otras múltiples ocasiones, Jesús utiliza la imagen del banquete para hablarnos del Reino Celestial. Nuestro Padre no se cansa de invitarnos a su casa. No le basta con invitarnos una vez, cuando todo está ya listo. Vuelve a enviar a su criado para recordárnoslo. Impresionan estas palabras: “sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se me llene la casa”, pues denotan el auténtico interés de Dios que nos busca desesperadamente. Tiene sitio en su casa y no quiere que se queden plazas vacías. Ahí tenemos la misión que por los sectores parroquiales está realizando nuestra Iglesia. Está invitando a la gente alejada a que se acerquen al banquete eucarístico que ha sido preparado para ellos.
Realmente Jesús nos trae una imagen del Padre totalmente novedosa, para mostrarnos a ese Padre amoroso, que perdona, que sale a nuestro encuentro; un padre que se regocija enormemente ante cualquier pequeño paso que damos hacia Él.
¿Qué esperamos entonces para correr a su encuentro y entrar al banquete que Él nos tiene preparado y al que nos invita con insistencia? ¡Vayamos con alegría y llevemos a otros!
(Guía Mensual)
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