• Primera lectura: Dt 6,2-6: Escucha, Israel.
  • Salmo Responsorial: 17: Dios mío, mi escudo y peña en que mi amparo.
  • Segunda lectura: Heb 7,23-28: Jesús se ofreció a sí mismo.
  • Evangelio: Mc 12,28b-34: Amor a Dios, a uno mismo y al prójimo.

Color: VERDE

Las lecturas de hoy tienen un elemento en común: el mandato del amor.

Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”, sentenció Moisés al Pueblo de Israel, instándolo a guardar los mandatos y preceptos del Señor “poniéndolos por obra para que les vaya bien”, según hemos visto en la primera lectura, y la afirmación hecha con el salmista: “yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza”.

Por otra parte, el Evangelio nos presenta el coloquio entre Jesús y el escriba que le pregunta cuál es el primer mandamiento de todos. Jesús responde: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.» A esta respuesta del Maestro, ya escuchamos el sensato comentario del escriba, lo que lleva a Jesús a decirle: “No estás lejos del Reino de Dios”.

Ahora viene la cuestión: la respuesta que dio el escriba a Jesús describía un entendimiento de la Palabra. Ese era un paso de avance hacia el Reino de Dios. Quizás tú y yo entendamos esto y Jesús también nos dice: “no están lejos del Reino de Dios”. Pero no debemos contentarnos con saber que “no estamos lejos”. Nuestra mayor alegría sería saber que, por nuestras obras en el diario vivir, nos aseguramos merecer “estar en el Reino de Dios”, que ya Jesús nos dijo en una ocasión que éste estaba en medio de nosotros (cfr. Lc 17,21b). Demos al amor el primer lugar en nuestras vidas, con Dios y con el prójimo, y así entraremos con facilidad al Reino de Dios.

Se trata de amar a Dios por sobre todo y al prójimo como a nosotros mismos, no hay más. El asunto es que practicarlo no resulta tan sencillo. Es un proyecto que ocupa toda la vida y que demanda un modo de proceder y de actuar único. Requiere un continuo proceso de conversión. El que ama, sirve; vive para servir y se apoya en la oración. Por eso, digamos continuamente: “Señor, enséñanos a orar” y hagámoslo en familia porque la oración fomenta la unidad familiar. Hoy, en familia, recemos juntos el Padre Nuestro. Así sea.

(Guía Litúrgica)

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