• Primera lectura. Ef 5,21-23: “Sean sumisos unos a otros con respeto cristiano”.
  • Salmo responsorial. Salmo Responsorial:18,2-3.4-5: “A toda la tierra alcanza su pregón”.
  • Evangelio. Lc 13,18-21:“¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta”.

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En un mundo siempre en búsqueda de grandezas, riquezas y reconocimientos, Jesús siempre apunta a lo pequeño. El Reino de Dios lo compara con lo minúsculo de una semilla y lo imperceptible de la levadura. La semilla cuando está en la tierra parece que no existiera. Nadie sabe que está allí escondida, desarrollándose de forma lenta y disimulada. Sin embargo, con el paso del tiempo, se convierte en un gran arbusto capaz de dar cobijo a los pájaros en sus ramas. Lo mismo sucede con la levadura cuando fermenta, no se ve ni se percibe, pero es lo que hace que la masa suba y le dé al pan ese sabor tan único.

Las cosas importantes en la vida nacen pequeñas: un bebé, un proyecto, un amor. El Señor tiene el poder de mostrarse como Él quiere, sin embargo, elige lo simple y sencillo para que aprendamos a reconocer su grandeza en esa simpleza. ¿Dónde estamos reconociendo a Dios? ¿En lo grande o en lo pequeño? ¿En lo que brilla o en lo escondido?

El Reino de Dios, nos dice Jesús, es semejante a cosas pequeñas que se vuelven grandes. Las parábolas retratan dos momentos de la historia de la semilla y de la levadura: cuando es enterrada (los inicios modestos) y cuando se hace un árbol o crece la masa (el milagro final). Esto nos invita a no desesperamos cuando veamos que lo que anhelamos en la vida no prospera o progresa, Dios trabaja en lo escondido para hacer sus milagros.

De estas parábolas del Señor, aprendemos a valorar y reconocer que la vida de Jesús, su reino, tanto en lo personal como comunitario, va creciendo silenciosa y secretamente. Cuando miramos lo mal que anda nuestro mundo, nos desanimamos y pensamos que el reino de Dios está ausente y muy lejos de nosotros. Sin embargo, allí está, como todo lo de Dios, escondido como semilla o levadura aguardando crecer.

A veces se nos hace difícil descubrir la presencia de Dios, sobre todo, cuando las cosas no están ocurriendo como esperábamos. ¡Cuánto nos cuesta confiar y ser pacientes en los procesos de Dios en nosotros y en nuestras comunidades! Queremos cambiar ¡ya! Deseamos que todo se transforme ya, le exigimos, incluso al Señor, cambios mágicos e inmediatos. Sin embargo, el Señor es amigo de los procesos de crecimiento, es amigo de la fecundidad, de ir transformando tu vida, tu corazón, tu comunidad, desde lo pequeño, desde lo oculto, desde el silencio.

Que esta palabra de hoy sea para nosotros un motivo de esperanza para los momentos en que atravesemos situaciones difíciles que no nos permitan ver claro, que pensemos que el Señor se ha olvidado de nosotros o que no escucha nuestras oraciones. No lo olvidemos, Él está allí en lo simple, sencillo, cotidiano, en el día a día.

(Guía Mensual)

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