Domingo, 27 de octubre del 2024. II Semana
- Primera lectura: Jer 31, 7-9: Los llevaré a corrientes de agua por un camino llano.
- Salmo Responsorial: 126,1-6: La boca se nos llena de risas, la lengua de cantares.
- Segunda lectura: Heb 5, 1-6: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
- Evangelio: Mc 10, 46-52: ¿Qué quieres que haga por ti?
Color: VERDE
“¡Lo siguió por el camino!”
Las lecturas para este domingo están dirigidas a los misioneros que se encuentran distribuidos en todos los rincones de la tierra y que se ven expuestos a múltiples situaciones que dificultan proclamar el Evangelio, teniendo como refugio la oración, la alegría, el regocijo y los dones que Dios les ha concedido, para hacer su voluntad. De manera que, somos escogidos por Dios con la misión de ofrecer sacrificios por nuestros pecados, en el contexto familiar, laboral y comunitario, interactuando con los demás, compartiendo experiencias, así como, los testimonios de los procesos por los cuales hemos pasado a lo largo de nuestras vidas.
El relato de lo ocurrido en Jericó con el ciego Bartimeo, que al darse cuenta que Jesús pasaba por allí comenzó a rogarle a gritos “misericordia”, a pesar que muchos lo regañaban para que se callara, logró la atención del Maestro, y por la fe demostrada Jesús le concedió la recuperación de la vista. ¿Y qué hizo Bartimeo que recibió el milagro por parte de Jesús?… “¡Lo siguió por el camino!”
¿Qué me dice esto a mí? ¿A qué me invita? ¿Cuántas veces ha obrado Jesús en mi vida grandes o pequeños milagros? La mejor forma para agradecerle “todo el bien que me ha hecho” es lo que hizo Bartimeo: ¡Seguirlo por el camino!… convertirme en un misionero de su amor.
Aceptar el llamado de Dios, implica esfuerzo, sacrificio, entrega, compromiso, confianza, determinación; pero por encima de todo, poseer el deseo de servir a los demás, sin importar las adversidades que se presenten, porque Dios nos guía y brinda el consuelo para que podamos hacer su voluntad, comprender a los que se encuentran extraviados, cansados, agobiados, desamparados, sumergidos en el sufrimiento y la desolación, brindándoles acompañamiento y apoyo espiritual. En este proceso, la oración personal, familiar y comunitaria, nos fortalece, además nos acerca al Padre Dios, que escucha nuestras súplicas, se compadece y acrecienta nuestra fe, convirtiendo las debilidades en fortalezas.
(Guía Litúrgica)
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