• Primera lectura: Núm 11,25-29: Tienes demasiado celo por mí.
  • Salmo Responsorial: l18: Preserva a tu siervo de la arrogancia.
  • Segunda lectura: St 5,1-6: Han condenado y asesinado al inocente.
  • Evangelio: Mc 9,38-43.45.47-48: ¡No se lo prohíban!

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

En el ser humano está la tendencia de apropiarse de las cosas: tierras, playas, mares, ríos, minas, y todo lo que produce riqueza, inclusive de las mismas personas
y sociedades. Al lado del apetito de apropiarse de las personas y de las cosas, surgen el deseo de aparecer como absolutos y el afán de reconocimiento.

Para lograr la satisfacción de este bajo instinto se ha utilizado la fuerza, muchas veces acompañada de armas.  Para fundamentarlo ideológicamente se ha echado mano de la filosofía, de la política, de la religión o de lo que esté de moda. Cuando en Occidente la religión era decisiva en la estructura de los estados, se utilizó para fundamentar la barbarie. Se decía que se debía someter a los infieles con el fin de salvarlos porque fuera de la Iglesia no había salvación; y, como según los fundamentos religiosos, sin el bautismo no se era hijo de Dios, entonces muchos no veían problema en matarlos. Hasta se jugaba a matar indios para probar el tiro al blanco.

En nuestra época postmoderna no se habla en nombre de Dios, sino que se utilizan muchos sofismas de distracción. Hoy se despoja, se invade y se mata en nombre de la democracia, de la seguridad nacional, o con el cuento de combatir el terrorismo.

Josué y Juan son versiones antiguas de un fenómeno que se dio y se sigue dando en muchos contextos. Con muchos nombres y muchos argumentos pero, en últimas, con un mismo trasfondo: un fundamentalismo fanático animado por anhelos de apropiación.

Suelen afirmar que: “Sin ese personaje se vendría abajo el país”, “sin ese gerente la empresa entraría en quiebra”, “sin ese caudillo la revolución se acabaría”…  En la parte religiosa no es raro escuchar el reclamo de algunos que dicen ser “los legítimos pastores” y defender el “derecho de Dios” sobre los seres humanos. Dicen vivir en este mundo sin ser del mundo, representar la voz de Dios para los mortales y ser un puente absolutamente necesario entre lo humano y lo divino.

Vamos a los textos: En el caso de Josué se trata de un relato elaborado teniendo en cuenta la experiencia del Éxodo. Moisés es presentado como el prototipo del líder que no acapara para sí todos los cargos. Dios le pide que delegue el ministerio del liderazgo a otros setenta ancianos para que lo ayuden. Aquí no se trataba de tener mando sino de concientizar al pueblo para que continúe en camino hacia la tierra prometida, pues a esta altura (capitulo 11 de libro de los Números), el pueblo añoraba la comida abundante de Egipto, sin importarle la esclavitud a la que fue sometido. En estos casos el estómago no es un buen consejero.

Estaban aburridos de comer ese insípido maná y querían volver a sentarse alrededor de las ollas de comida. Al frente sólo veían un inmenso y amenazante desierto que no les prometía nada bueno. Moisés no podía sólo con ese pueblo. Necesitaba personas que profetizaran, es decir, que denunciaran esos bajos instintos de cobardía, pereza, falta de fe y de confianza en Dios. Que anunciaran la gran posibilidad de cambiar la historia, que más allá del horizonte los esperaba una tierra que trabajada de manera organizada manaría leche y miel. Tarea difícil para una sola persona.

Convocaron a los  setenta ancianos al tabernáculo para recibir el espíritu. Y recibieron todos el Espíritu. Pero sucedió que a dos personajes, Eldad y Medad, que no habían acudido al sitio indicado para la fiesta del “reparto del Espíritu”, se les posó igualmente el Espíritu. Aquella vez fue Josué, quien le pidió a Moisés que no permitiera que estos dos personajes continuaran profetizando porque no habían acudido al tabernáculo.

Con Jesús sucedió algo parecido: Él no era un maestro legítimo. Los “legítimos pastores” del pueblo de Israel se opusieron totalmente a su ministerio. Muchas veces lo cuestionaron por su procedencia, porque era hijo de un carpintero o porque conocían a su mamá y a sus hermanos; porque no era egresado de una gran escuela o porque, según ellos, actuaba en nombre de Belcebú, el príncipe de los demonios. A cada momento buscaban su caída para desprestigiarlo. Finalmente, lo procesaron, lo condenaron a muerte y lo asesinaron en el madero de la cruz, para librarse de ese “pastor ilegítimo”, de ese “falso profeta” que contaminaba el mundo y amenazaba la sagrada estructura religiosa con su “falsa doctrina”.

En las comunidades cristianas no faltó quién quiso adueñarse del proyecto de Jesús y reclamar “derechos de autor” sobre algo que le pertenecía a toda la humanidad y a nadie en particular. El evangelio de hoy nos dice que fue Juan quien dijo: “Maestro, vimos a uno expulsando demonios en tu nombre, y se lo prohibimos, porque no es de nuestro grupo.”

Josué y Juan están en la misma posición fundamentalista, exclusivista y fanática. Para Josué, Eldad y Medad no debían ser profetas porque no habían acudido al tabernáculo. Para Juan, el hombre que expulsaba demonios en el nombre de Jesús no debía hacerlo porque no era de su grupo.

“Tienes demasiado celo por mí. ¡Ojalá les diera el Señor a todos su Espíritu y todos en el pueblo del Señor fueran profetas!”, le respondió Moisés a Josué. “¡No se lo prohíban! Porque uno que hace un milagro usando mi nombre no puede a continuación hablar mal de mí. Quien no está contra nosotros, está a favor nuestro”, les dijo Jesús a Juan y a sus discípulos.

Esos son los verdaderos líderes. No los que acaparan, sino los que saben delegar. No los que temen perder el poder, sino los que saben reconocer que llega la hora de ser relevados. No los que se ponen como el centro del pueblo, sino los que saben que son uno más dentro del proceso. No los que se creen absolutamente necesarios e indispensables, sino los que, comprendiendo su limitación, dan lo mejor de sí para realizar a cabalidad la historia de salvación.

Aquí los cristianos y, más los católicos, tenemos que reconocer los errores en los que hemos caído debido a exclusivismos fanáticos. Aquellos tiempos penosos de las cruzadas, de la conquista, de la colonización y de la “santa” inquisición, justificadas ideológicamente con la religión. Hace unos años Juan Pablo II pidió perdón por todos esos pecados de la Iglesia. ¡Qué bueno! Estamos reconociendo que nos equivocamos muchas veces como institución. Que no somos infalibles.

Pero después del Concilio Vaticano II y del “mea culpa” de Juan Pablo II, se siguen viendo actitudes como las de Josué y de Juan, cuando se dice que la única Iglesia de Cristo es la nuestra, y que las otras tienen tan sólo algunos elementos eclesiales, mas no son Iglesia. Que las demás religiones no tienen fe sino sólo algunas creencias, y que tienen participación de una verdad que es nuestra, de la única revelación válida, la nuestra, cuyos representantes auténticos somos nosotros.

Aunque tal vez con la buena intención de defender la fe y con un sentido de responsabilidad, seguimos viendo esas actitudes fanáticas cuando se persigue a los profetas que buscan la renovación teológica. Así se ha perseguido a L. Boff, I. Ellacuría, H. Küng, B. Häring, M. Vidal, E. Drewerman, J.J. Tamayo, entre otros. Aún después del Concilio (L.G.37) se sigue viendo esa separación tan marcada y exclusivista entre clérigos y laicos. La llamada Iglesia docente (que enseña) e Iglesia discente (que aprende). Y ni hablar de la participación de la mujer, mientras se siga pensando que darle participación es lavar los purificadores, vender la rifa y recoger la ofrenda, pero no se piensa en “permitirle” servir en el campo de la dirección, el magisterio y otros ministerios como el presbiterado, el diaconado y ¿por qué no?, el episcopado. Nunca cambiará esto mientras sigamos viendo los ministerios en la Iglesia como poder y no como servicio. Nunca cambiará esto mientras sigamos creyéndonos poseedores de la verdad.

Este evangelio tiene que impulsarnos a dejar el miedo a perder el poder; a abandonar todo intento por adueñarnos del hermoso camino de Jesús. El Señor da su Espíritu a todo aquel que lo busca con sincero corazón. “Lo que en realidad importa no son tanto las Iglesias sino el fenómeno cristiano y su función benéfica en la espiritualidad de los seres humanos. Todas las Iglesias son de Cristo, pero Cristo es para los humanos y los humanos son para los otros humanos, hombres y mujeres, y todos somos para Dios” (L. Bof).

Lo que tenemos que cortar y excluir no es a los seres humanos que piensan diferente y hacen el bien desde otro ángulo. Lo que tenemos que excluir es el fundamentalismo y el fanatismo que tanto daño y tantas muertes han causado y sigue causando en el mundo y también en nuestras Iglesias. Lo que tenemos que cortar es todo aquello que nos conduce a la muerte: el escándalo de una vida injusta y la acumulación de riquezas a expensas de la explotación del pobre. El lujo, la satisfacción desmedida de necesidades creadas, con el fruto de la trampa, la codicia, del no pago o del pago miserable a los empleados, la condena y el asesinato del inocente (primera lectura)

A nivel personal, familiar, eclesial, institucional o social, vale la pena hacer un análisis concienzudo para descubrir qué “tumores” debemos arrancar de nosotros para vivir mejor. Hay realidades que están tan pegadas a nosotros, tan profundamente adheridas a nuestro interior, que es muy difícil salir de ellas. Tan difícil como arrancarnos una mano, un pie, o un ojo. Hay vicios como la droga, el alcohol, la infidelidad, la pereza, el egoísmo, etc., que están tan profundamente arraigados en las personas, que salir de ellos, les dolería tanto como si le arrancaran un ojo. Hay asimismo relaciones afectivas patológicas, que hacen tanto daño y son tan difíciles de abandonar, pero que si la persona quiere cambiar no hay otro camino que enfrentarse a sí mismo, y a sus propios vacíos, someterse a un tratamiento, hacer el esfuerzo y arrancar definitivamente de su vida eso que le hace daño. Puede ser su esposa, su mamá, un vicio, un amante, un negocio, o cualquier dependencia, cualquier atadura que lo está haciendo sufrir un horrible infierno.

Oración

Señor Jesús, gracias por tu testimonio de vida, por tu entrega generosa y tu búsqueda sincera del bien para el ser humano. Ayúdanos a arrancar de entre nosotros todo tipo de fundamentalismo fanático a nivel personal o comunitario. Ilumina a los responsables de nuestra Iglesia para que animen con amor, sabiduría y sencillez de corazón, y nunca caigan en la trampa de sentirse los únicos poseedores de la verdad. Que nuestros líderes sociales no caigan en la tentación de perpetuarse en el poder y que nosotros no caigamos en la trampa de apoyar líderes mediáticos, demagogos y embaucadores.

Ayúdanos a arrancar de nuestra vida todo aquello que nos esclaviza y nos conduce a la muerte existencial. Danos la fuerza de tu Espíritu para vencer vicios, dependencias, traumas, malos recuerdos, situaciones dolorosas no superadas, odios, rencores, envidias y todo aquello que amenaza nuestra felicidad. Danos la luz de tu Espíritu Santo para que podamos encontrar caminos que nos integren como Iglesia, como Iglesias, como creyentes y como seres humanos en general. Danos la gracia del Espíritu Santo para vivir con libertad frente a los demás y frente al mundo, de manera que, como tú, sólo dependamos de nuestro Padre Dios y realicemos plenamente su voluntad salvífica. Amén.

XXV Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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