• Primera lectura. Ef 3,14-21: “Doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra”.
  • Salmo responsorial. 32,1-2.4-5.11-12.18-19: “La misericordia del Señor llena la tierra”.
  • Evangelio. Lc 12,49-53: “He venido a prender fuego en el mundo”.

Color: VERDE/BLANCO

Hermanos, hoy estamos leyendo esta primera lectura que nos debe poner muy claro una cosa en nuestra mente y corazón: Dios es quien debe ser nuestro todo y es Él quien es dueño y Señor de todo lo creado, de nuestro presente y futuro. Es Él quien ha tomado la iniciativa de amarnos primero. De rodillas, no nos humillamos; más bien, lo engrandecemos a Él, y es Él quien nos abraza. Es sumamente celoso con sus hijos, debido a que somos su propiedad y no admite competencia de otros dioses o cualquier otra cosa que nos aleje de su amor. Cualquier teoría que tengamos para definir a Dios sería muy limitada, ya que, como dice esta primera lectura, lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo comprenden lo que trasciende mucho más de nuestro conocimiento de esta gran divinidad de puro amor. En este texto hay una palabra que quiero destacar: “plenitud”. Te has preguntado ¿qué te hace verdaderamente pleno?

En el camino de la vida, frecuentemente buscamos la plenitud en logros personales, posesiones materiales o en la aprobación de los demás. La plenitud no se encuentra en las riquezas materiales ni en los logros mundanos. Sin embargo, todas estas búsquedas son efímeras en comparación con la plenitud que Dios ofrece, es una condición del alma que solo puede ser alcanzada cuando estamos en comunión profunda con Dios. La verdadera plenitud solo se encuentra en una relación íntima y sincera con nuestro Creador. Es en el amor y la obediencia a Dios donde experimentamos un sentido profundo de propósito y paz. Cuando nos dejamos guiar por su Palabra y vivimos según sus principios, nuestras vidas adquieren una dimensión más rica y significativa. Esta conexión con Dios nos permite ver más allá de las dificultades diarias y nos proporciona una perspectiva eterna y esperanzadora.

Cada día, al buscar a Dios en oración y en nuestras acciones, descubrimos que la plenitud que anhelamos se encuentra en su presencia. Es un estado de ser donde reconocemos que todo lo que necesitamos está en Él y que, al vivir en su amor y obediencia, nuestros corazones encuentran el descanso y la alegría que el mundo no puede ofrecer. Es en esta relación íntima y sincera donde experimentamos la verdadera satisfacción y paz. Por lo tanto, al reflexionar sobre la plenitud que nos ofrece Dios, recordemos que es un regalo divino que solo podemos recibir al entregarnos completamente a su voluntad y vivir conforme a su Palabra.

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