• Primera lectura: Jos 24, 1-2a.15-17: “También nosotros serviremos al Señor”.
  • Salmo Responsorial: 33: “El Señor redime a sus siervos”.
  • Segunda lectura: Ef 5, 21-32: “El que ama a su esposa se ama a sí mismo”.
  • Evangelio: Jn 6, 60-69: “¡Tú tienes palabras de vida eterna!.

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El Evangelio de este Domingo cierra el capítulo 6 de San Juan. En él aparece un movimiento en cuatro tiempos bien definidos, que pueden ayudarnos a reflexiona en nuestra vida cristiana:

Primer tiempo: la reacción incrédula de los discípulos. La reacción de muchos discípulos ante las palabras de Jesús se parece mucho a nuestra reacción: Este modo de hablar es duro. ¿No es esta la impresión que a veces tenemos y tienen otras personas con respecto al Evangelio y, sobre todo, con respecto a algunas enseñanzas de la Iglesia?

Segundo tiempo: la respuesta de Jesús. Las palabras, por sí mismas, no significan nada. El Espíritu es quien da vida… Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.

Tercer tiempo: la pregunta de Jesús. Cuando experimentamos el desconcierto, el cansancio, la dificultad de un compromiso sostenido, cuando se nos hace dura la fidelidad, podemos sentir dirigidas a nosotros las palabras de Jesús: ¿También ustedes quieren dejarme?

Cuarto tiempo: la reacción creyente de los discípulos. La experiencia del día a día se impone a las angustias de los momentos de crisis. Pedro personaliza al creyente que somos cada uno cuando nos dejamos vivificar por el Espíritu: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes Palabras de vida eterna.

Claro, el camino en compañía y al lado de Cristo Salvador no se hace en un sentido material, sino más bien por las obras de la virtud. Los discípulos más sabios, se comprometieron firmemente a esto con todo su corazón; con razón dicen: «¿A dónde iremos?» En otros términos: «Estaremos siempre contigo, cumpliremos tus mandamientos, acogeremos tus palabras, sin recriminar nada. No creeremos, como los ignorantes, que tu enseñanza es dura a oír. Al contrario, diremos: ‘qué dulce al paladar tu promesa: ¡más que miel en mi boca!’» (Sal 118,103).

La dureza de la fe puede llevarnos al cansancio y al abandono. Son muchos los bautizados que han optado por marcharse, por buscar caminos más sencillos, por no “comprometerse”. ¿Qué creyente no ha vivido alguna vez esta tentación? Aquí vale, aunque parezca un poco irreverente, el mensaje publicitario del que abusan los fabricantes de detergentes: Busque, compare, y si encuentra algo mejor… Un creyente de hoy y siempre es el que, por más que lo intenta, no encuentra nada mejor que Jesús. Y se le nota. A veces, hasta es conveniente que corra alguna aventura de alejamiento (perdón si te ha pasado), para que comprenda mejor el tesoro infinito y maravilloso que es Jesús.

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