• Primera lectura: Jos 24, 1-2a.15-17: “También nosotros serviremos al Señor”.
  • Salmo Responsorial: 33: “El Señor redime a sus siervos”.
  • Segunda lectura: Ef 5, 21-32: “El que ama a su esposa se ama a sí mismo”.
  • Evangelio: Jn 6, 60-69: “¡Tú tienes palabras de vida eterna!.

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

Un tema espinoso: La Biblia contiene el testimonio de la experiencia de un pueblo con Dios, el cual quiso hacer historia con el ser humano para conducirlo a su plena realización y felicidad en la libertad propia de los hijos. Para algunos, los textos de la Biblia son, en su integridad, Palabra de Dios y, por lo tanto, no se puede cuestionar ni una coma de su contenido. Para otros, la Biblia es sencillamente un libro de literatura, con una riqueza igual a la de otros libros clásicos de la Antigüedad, como Kalila y Dimna, La Iliada, la Odisea, etc. Otros, más críticos y con cierto tinte antisemita, piensan que la Biblia, salvo algunas excepciones, contiene los crímenes cometidos por el pueblo judío para conquistar lo que ellos llamaron la Tierra Prometida, pero que esto, en el fondo no fue otra cosa que un despojo más de los que hizo y sigue haciendo este pueblo.

Y ¿dónde queda nuestro amigo Pablo? Para unos es el gran Apóstol de los gentiles, cuya figura es superada sólo por Cristo. Algunos llegan a decir que fue el fundador del cristianismo, porque sin él éste se hubiera quedado como una secta más dentro del judaísmo palestinense. En el otro extremo están los que piensan que Pablo no fue más que un misógimo incapaz de vivir en pareja, que justificó su soltería diciendo que ya estaba cerca la segunda venida de Cristo, y se murió esperándola.

¿Qué decimos nosotros? ¿Qué decir, por ejemplo, sobre la segunda lectura? ¿De verdad que es Palabra de Dios que las mujeres deben someterse a los maridos? Delante de Jesús y de nuestro mundo, con los signos de los tiempos actuales, ¿podríamos seguir sosteniendo lo mismo? Algunos, inclusive algunas mujeres, no tienen problema con estas palabras de Pablo. “El hombre siempre va primero porque es la cabeza, como Cristo es la cabeza de la Iglesia”, me “corrigió” en una ocasión una esposa, porque durante la presentación de un grupo de catequistas nombré adrede primero las esposas y luego los esposos.

Nuestro querido y recordado papa Juan Pablo I no tuvo problema en afirmar que Dios era Padre y Madre. Pero no podemos pedirle a Pablo de Tarso, por muy inspirado que estuviera, un manifiesto feminista ¡En el siglo I eso era inconcebible! Él vivió inserto en una cultura claramente androcéntrica (centrada en el varón) y patriarcal (machista, podríamos decir). La mujer dependía del varón y debía vivir sometida a él, esa era la consigna, no podía ser otra para la época. Los hijos dependían absolutamente del papá y debían vivir sometidos a su voluntad; ni pensar en los derechos del niño.

Si bien es cierto que en la historia se han dado pasos significativos y giros radicales, estos no se produjeron sin el esfuerzo de muchas personas, que con sus pequeños pasos hicieron posible tales transformaciones notables. Pablo no llegó a dar el paso agigantado de pedir igualdad entre los dos géneros. Hoy, después de 20 siglos, todavía no lo hemos logrado a plenitud. Pero hay que abonarle a Pablo el haber pedido a los maridos que amaran a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a ella para santificarla, de tal manera que estuviera siempre resplandeciente de gloria sin mancha ni arruga ni ningún otro defecto, sino santa e inmaculada.

Creo que como dijo el Concilio Vaticano II, la Biblia es palabra de Dios con lenguaje humano. Hay muchos elementos en la literatura paulina, así como en toda la literatura bíblica, que siguen siendo válidos después de dos mil años. Hay otros elementos que corresponden a una cultura y no tenemos derecho a juzgar, pero tampoco deberíamos caer en el fanatismo de repetir los mismos errores.

Más que la letra escrita nos corresponde buscar el espíritu con el cual fue escrita; qué buscaba el autor del texto con ciertas sugerencias, exhortaciones o leyes. La letra es el detalle de lo mandado, la prescripción, el rito o la acción concreta. El espíritu es el sentido con el que ha sido concebida una práctica concreta, y la vivencia con la que debe ser vivida. Por eso el mismo Pablo dijo: “La letra sola mata, mientras que el espíritu vivifica” (2 Cor 3,6). La letra es medio, el espíritu es fin. Es posible que el Espíritu se pueda dar sin la letra, al margen o incluso, en algunas ocasiones especiales, en contra de ésta. Para esto es necesario tener una conciencia madura, capaz de asumir la libertad con responsabilidad.  Ésta es una exigencia para todos los cristianos y, en general, para todo ser humano.

En este sentido, hemos de ir a la Biblia con mucho respeto y humildad, pero sobre todo abiertos a la gracia del Espíritu para descubrir la voz de Dios que sigue hablando en los acontecimientos de nuestra propia historia. Tendríamos que aprender de Jesús para decir: Se dijo a nuestros antepasados… hoy se nos dice… (M5,17ss)

Opción vital: Desde niños nos vemos en la necesidad de hacer opciones: “¿Quieres una mandarina o un banano; unos patines o una bicicleta?” Pueden preguntar los papás a su hijo. Eso es una opción propia para un niño; pero a medida que vamos creciendo las opciones se van haciendo más complejas. En el estudio puedo “echarme a la locha” ydejar que pasen los años aprendiendo lo mínimo para pasar el año escolar, o ser un “pelao pilo” de los que se preparan para transformar su entorno vital. Puedo optar entre irme a la esquina con el grupito de “parceros” o entrar en un grupo de arte, de deporte, de la parroquia o en alguna acción social.

Más adelante, debo optar por una profesión que me guste y me permita desplegarme laboralmente, según mis posibilidades. Debo optar entre ésta o aquella muchacha que me llama poderosamente la atención; entre comprar un carro o una moto… en fin, tengo que pensar bien, optar por la mejor de las posibilidades, de tal manera que pueda crecer, madurar y ser feliz, pues como dijo Aristóteles: “la felicidad está en escoger la mejor de mis posibilidades y realizarla.”

Tanto Josué en la asamblea de Siquem, como Jesús en la sinagoga de Cafarnaum, invitaron al pueblo a optar. En las montañas de Judea confluyeron pueblos de distinta índole, cada uno con su propia historia, su cultura, sus tradiciones e inclusive sus propios dioses.

Los unían muchas cosas: la situación de marginalidad, empobrecimiento y sometimiento, pero, sobre todo, la búsqueda de libertad y la necesidad de formar pueblo. Uno de esos grupos fue el del Éxodo que salió de Egipto liderado por Moisés y, una vez llegó a las montañas, se convirtió en paradigma para los demás. Este grupo fue un punto de referencia muy importante por su experiencia de lucha por la libertad con el hilo conductor de la fe en Yahvé.

No faltaron los problemas, los enfrentamientos e inclusive las muertes, como lo muestra el relato de Caín y Abel, que escenifica la batalla casada entre campesinos y pastores. Poco a poco fueron estableciendo lazos de unión hasta formar una sola historia. Aprovecharon todas las tradiciones como la del cordero pascual y la del pan ácimo, y tejieron una historia con los patriarcas a quienes presentaron como descendientes de una sola familia: Abraham, Isaac, Jacob, etc.

En ese proyecto grande de construir su propia historia como pueblo libre, tuvieron que tomar opciones concretas y compromisos serios que los llevaran a conseguir los objetivos. Sabían, por experiencia propia, que los dioses cananeos, amorreos y egipcios eran generadores de esclavitud y muerte. Vale la pena tener en cuenta que cuando hablamos de dioses nos referimos a todo el movimiento que se genera alrededor de la fe en determinado dios. La estructura social, política, cultural y religiosa, estaba construida desde la creencia en un dios y sus características dadas por los mismos hombres. Los “otros dioses” prometían grandes cosas y seducían con mucha facilidad a la gente; grandes imperios mostraban el poderío de los dioses, pero grandes sufrimientos les habían propinado los mismos cuando eran sus esclavos.

Había una opción que cada vez tomaba más fuerza, pero de la cual no todos estaban seguros: la fe en el Dios de la libertad, en Yahvé Dios Shebaot. Creer en ese Dios Yahvé también implicaba toda una organización sociopolítica, económica, cultural y religiosa. Debían pasar de la estructura monárquica en la cual todo el poder estaba en el monarca, a una estructura tribal en la cual la máxima autoridad estaba en los jueces (Josué era uno de ellos), quienes presidían la confederación de tribus. Debían pasar del politeísmo al monoteísmo. De la ley del más fuerte a una ética exigente de convivencia en justicia y derecho, lo cual no les parecía muy fácil de llevar…

Era preciso optar y por eso Josué puso al pueblo entre un “o” “o”: o los otros dioses, o Yahvé Dios: “Si les parece demasiado duro servir al Señor, escojan hoy a quién servir: a los dioses a quienes sirvieron sus padres en Mesopotamia, o bien a los dioses de los amorreos en cuyo país habitan ustedes. De todos modos, mi familia y yo serviremos al Señor.” No obstante, las seducciones de los otros dioses, la asamblea de Siquén siguió el ejemplo de la casa de Josué y tomó la opción de seguir al Dios de la libertad. ¡Una buena opción!

Jesús, por su parte, no buscó adeptos valiéndose de promesas dulces. En el discurso del pan de vida mostró a un Dios cercano y amoroso que alimenta y acompaña al pueblo, pero también presentó un camino que exigía asumir la carne humana con todas sus realidades y trabajar responsablemente para lograr la meta. Comer la carne y beber la sangre del hijo del hombre, dijimos hace 8 días, significa asimilarle a él y su camino de salvación. No era fácil. Debían optar. Muchos optaron por irse, inclusive sus amigos más cercanos lo criticaban.

“¿Ustedes también quieren irse?” Les preguntó Jesús. Porque es un engaño decir que somos cristianos si no optamos por seguir sus pasos hasta el final. Aquí no se trata de escoger entre un banano o una mandarina. Ésta es una opción fundamental. ¿Me la juego con Jesús y su proyecto de justicia y derecho? ¿Soy indiferente? o ¿Me opongo a sus pretensiones?

Muchos dicen ser cristianos pero se quedan en un cristianismo social, de tradiciones y ritos para no perder la costumbre. Dicen, “Señor, Señor”, pero no se ven las obras. Mucho tilín-tilín y nada de paletas, como las gallinas que cacarean sin poner huevo. Sencillamente, les parece bonito el bautismo, les parece romántico ver a un niño con el vestido de primera comunión y siempre han soñado entrar por la nave central de la “iglesia más cotizada” de la ciudad, mientras tocan la marcha nupcial.

Hoy nos corresponde optar. Somos absolutamente libres para dejar a Jesús, inclusive para llevar un cristianismo mediocre, o para tomar en nuestras manos el timón y asumir la vida como Él la asumió. Como Pedro, nos corresponde descubrir que verdaderamente Él tiene palabras de vida eterna.

Es necesario optar: ¿A quién seguimos? ¿A quién iremos? ¿A quién servimos? ¿A los actuales idolillos y su engañosa seducción? ¿Al dinero? ¿Al consumo? ¿Al poder? ¿Al político de turno? ¿A la moda? ¡Mucha gente se ha ido! ¡Otro tanto llevan un cristianismo mediocre! ¿Nosotros también queremos irnos? ¿Nosotros somos de los cristianos mediocres? Si caminamos con Jesús podremos descubrir que son ciertas las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!”

Señor Jesús, te damos gracias porque nos invitas a seguirte. Tú sabes, como nosotros lo sabemos, que no es fácil dejar atrás apegos, intereses personales, miedos, costumbres, tradiciones, cadenas que nos atan. Es más fácil llevar un cristianismo mediocre, sacramentalizado y ritualista. Es más fácil y más cómodo seguir con lo mismo de siempre. Es más fácil hacerle el quite a los problemas. Pero necesitamos enfrentar nuestra realidad, asumir nuestra carne. Comer tu carne y beber tu sangre, optar por ti, por tu camino de salvación. Contigo podemos, con tu ayuda, con la fuerza de tu Espíritu. Optamos por ti porque creemos en ti, seguimos tus pasos porque tú tienes palabras de vida eterna. Danos la sabiduría para comprender tu palabra y para saber vivir a plenitud. Ayúdanos a tomar siempre las mejores opciones, aquellas que conduzcan a nuestra plena realización y felicidad, para gloria de tu nombre. Amén.

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