20 de agosto del 2023. IV Semana del Salterio
- Primera lectura: Is 56, 1.6-7: “Porque mi casa es casa de oración para todos los pueblos”.
- Salmo Responsorial: 66, 2-3.5-6.8: “Que canten de alegría las naciones”.
- Segunda lectura: Rm 11, 13-15.29-32: “Mientras sea su apóstol, haré honor al ministerio”.
- Evangelio: Mt 15, 21-28: Mujer qué grande es tu fe…”.
Color: VERDE
Apertura
Isaías: La multiplicidad ideológica que tiene la literatura bíblica es un testimonio de tolerancia. Es interesante ver cómo dentro de un mismo libro, que para nosotros como creyentes es Palabra de Dios, se encuentran distintas concepciones sobre la vida, la sabiduría, el placer, el dolor, el estado, e incluso sobre el mismo Dios. Tenemos muchos testimonios al respecto: Las cuatro escuelas literarias que escribieron el Pentateuco[1] (Sacerdotal, Yavista, Elohista y Deuteronomista), manejan cada una su experiencia de Dios, su concepción de la historia, sus tradiciones, sus ritos, etc. Aunque son distintas, las cuatro se encuentran en un mismo libro y se complementan.
En El Primer Testamento encontramos libros como La Sabiduría, El Eclesiástico y Los Proverbios, que exaltan y promueven la sabiduría, el trabajo, la familia, la fe, las tradiciones, etc., e invitan a confiar en Dios que retribuye con bendiciones al que le es fiel. Pero encontramos otros libros como El Eclesiastés y gran parte de Job, que todo lo cuestionan y ponen en entredicho lo que tanto resaltan los otros libros sapienciales.
Al volver del exilio en Babilonia después de 49 años, todos en Israel querían reconstruir el país. Pero no todos buscaban la reconstrucción de la misma manera. Unos cuantos entre los cuales estaban Esdras y Nehemías (libros canónicos del A.T.), lo hacían centrados en las instituciones, (templo, palacio-monarca, ejército), en la rigidez de la Ley y en la pureza de la raza. Otros, de línea profética como Zacarías y los discípulos de Isaías (lo que llamamos el Tercer Isaías, primera lectura), le apostaron a una reconstrucción basada en valores pluralistas, universales y ecuménicos, donde lo fundamental no fueran los ritos o las construcciones majestuosas, sino guardar el derecho y practicar la justicia. Estas dos ideologías se dieron en su momento y fueron consignadas por las Sagradas Escrituras.
Históricamente se impuso el nacionalismo extremo de Esdras y Nehemías: se construyó el templo, se expulsó de la comunidad judía a los extranjeros y a los samaritanos por considerarlos herejes; y se tomaron otras medidas excluyentes que algunos líderes y gran parte del pueblo aprobaron en su momento.[2]
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde aquella época tanto en el plano mundial como en el interior de nuestra Iglesia, en la cual ha dominado la corriente centralista. En medio de todo, la profecía de Isaías sigue viva como propuesta para construir un mundo y una Iglesia abierta, comprometida con el derecho y la justicia. Una Iglesia en la cual los “extranjeros”[3] tengan cabida porque Dios acepta sobre el altar sus holocaustos y sacrificios, pues la casa del Señor es casa de oración para todos los pueblos.
Jesús: El texto evangélico que leemos hoy es muy polémico. Los especialistas no se ponen de acuerdo sobre su historicidad. Algunos afirman que este relato es una creación de los evangelistas para explicar la necesidad de apertura en que se veían las comunidades primitivas. Otros, por el contrario, dicen que este texto surgió a partir de un acontecimiento vivido por el mismo Jesús histórico de carne y hueso.
Cabría preguntarnos ¿por qué este relato sólo está en los evangelios de Marcos y Mateo y no en Lucas si es de la misma tradición sinóptica? Es poco probable que Lucas no lo haya conocido. Tal vez lo haya omitido para no escandalizar mostrando a un Jesús en actitud ofensiva hacia una persona, sabiendo que el Tercer Evangelista (Lucas) hace un énfasis especial en los sentimientos de misericordia practicados por el Maestro de Nazaret. Sea histórico o no, ahí está y nos trae un mensaje que vale la pena conocer y asimilar como discípulos.
Vayamos al grano. A Jesús, gústenos o no, tenemos que ubicarlo dentro de la cultura judía, él fue un hombre judío. El siguiente relato nos lo presenta fuera de su tierra: en Tiro y Sidón, a la frontera con el norte de Palestina, lo que hoy es el Líbano. Una mujer extranjera, rompiendo la cortesía, la delicadeza y el respeto con los que una mujer debía acercarse a los varones, especialmente a los varones que no eran de su familia, se dirigió a Jesús para exponerle la situación de su hija en la espera de alguna acción favorable.
Pero Jesús reaccionó como lo hubiera hecho cualquier judío: al principio no respondió, y ante la sugerencia de los discípulos, descartó darle ayuda porque su misión era con los pobres de su pueblo y esta mujer era una extranjera. Pero la mujer insistió, porque una madre hace lo que sea para favorecer a sus hijos: “Señor, ayúdame”.
Y aquí viene lo más escandaloso: “No está bien echar a los perros (perrillos) el pan de los hijos”. Algunos para suavizar la ofensa hacen la diferencia entre perritos (los de la casa) y perros (los de la calle). Jesús hubiera dicho perrillos y no perros. Y es cierto que la palabra griega kunarion, utilizada en el texto, literalmente traduce perrillos, pero, como dicen John Meier, Burkill y otros biblistas, no podemos ver este término como gota de suavizante o pincelada de humor, ya que las fórmulas diminutivas son típicas del griego popular (koiné), lengua utilizada para escribir el Nuevo Testamento, y no significan disminución en la fuerza de las palabras. Así que desatender a alguien porque sea perro o perrillo, no deja de ser un desplante ofensivo.
Aquí en primera medida no se resalta la actitud del judío Jesús, de prepotencia y orgullo propios de muchos de sus paisanos, sino la fe inquebrantable de esta sencilla mujer extrajera, pobre y necesitada, capaz de insistir, de saltarse todas las normas de urbanidad e inclusive, capaz de humillarse por amor a su hija: “tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.
Y aquí aflora una actitud muchas veces desconocida en Jesús, porque nos hemos acostumbrado a ver más la parte divina a tal punto de esconder su humanidad. Se trata de la conversión. La sabiduría de Jesús fue aprendida procesualmente. Cuando nació no era poseedor de conocimientos claros y distintos. Lucas en los relatos de la infancia escribió que el niño fue creciendo en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres (2,40.52). Él vivió inserto en una cultura con sus aciertos y desaciertos. En este fragmento del Evangelio lo que tenemos que aprender no es la forma como él insultó a una persona que no era de su raza, sino su grandeza humana para aceptar el error y su capacidad de conversión, movido por una mujer sencilla que lo sacudió con la fuerza de su fe inquebrantable y el amor por su hija: “Mujer ¡qué grande es tu fe!: que se cumpla lo que deseas”. Como dicen popularmente nuestros viejos: “Me quito el sombrero ante la fe de esta mujer…”
De esta manera, la profecía universalista de Isaías que había quedado rezagada durante más de 400 años, por “obra y gracia” de Esdras y Nehemías, fue retomada por Jesús y su movimiento. Los triunfos en esta vida siempre serán relativos. Muchas propuestas, caminos, ideas, experiencias o proyectos que ayer fueron despreciados o perseguidos, en cualquier momento alguien los retoma y los desarrolla. Como dijo Jorge Luís Borges: “La derrota tiene una dignidad, que la escandalosa victoria no merece”. Pablo y Bernabé hicieron lo propio cuando salieron de Palestina y se abrieron camino para anunciar la Buena Noticia del Reino más allá de las fronteras judías (segunda lectura).
Finalmente, perdonémosle a Jesús este “descache”, agradezcámosle a Mateo por no ocultarnos este pasaje de su vida, y aprendamos del hermoso testimonio de esta mujer y de la capacidad de cambio de Jesús. Pensemos si existen situaciones, ideas, costumbres, paradigmas, etc., presentes en nuestro interior, en nuestra Iglesia, en nuestras familias, culturas y pueblos, que los consideramos casi como intocables y que tal veces necesiten ser reevaluados.
Pensemos qué necesitamos replantear a nivel personal para purificar nuestras relaciones interpersonales de manera que sean más armónicas y satisfactorias. Pensemos qué necesitamos cambiar a nivel comunitario y eclesial, para que como Iglesia seamos más fieles al Evangelio y a nuestro compromiso de trabajar por el derecho a una vida digna, por la justicia y la salvación de las personas y de los pueblos. Pensemos en la forma como valoramos a quienes viven de manera distinta a nosotros, la fe, la religión, las costumbres, las opciones afectivas, ideológicas, políticas, etc. Revisemos si dentro de nosotros también se ven actitudes fanáticas, segregacionistas, racistas, homofóbicas, que desdicen de la misericordia propuesta por Jesús. Necesitamos urgentemente mantener una mente abierta para aprender de los acontecimientos de la historia, de la realidad que nos envuelve y nos apremia. Necesitamos aprender de las lecciones que nos dan las personas desde sus posturas ideológicas, su status social, sus vivencias, sus pensamientos, sus sentimientos, con sus aciertos y desaciertos, con su fe con su esperanza, con esa inspiración de la conciencia que los impulsa a defender y a dignificar la vida.
A vecespasamos de largo frente a grandes enseñanzas que nos da la gente sencilla. Infravaloramos sus palabras, sus historias, su testimonio, su sabiduría. Desconocemos que que “los sectores populares son mucho más que sus problemas y carencias; son diversidad y potencialidad, son historia y son futuro; son debilidad y también fuerza. Han sobrevivido y resistido milenariamente a pesar de las condiciones desfavorables que les ha planteado el poder hegemónico… Su vida individual y colectiva se ha edificado en la creación y la recreación permanente de tácticas de resistencia, de supervivencia y de liberación”.[4]Desconocemos que en medio del pueblo, de su día a día, de su lucha por sobrevivir, en medio del caos en el que muchas veces están insertos porque les tocó, el Espíritu aletea, como en el principio de la creación. Por lo tanto, tienen mucha riqueza humana para descubrir, valorar, aprovechar y compartir. Vale la pena que, al menos de vez en cuando, nos detengamos a ver los signos de Dios que están muchas veces más patentes entre la gente que consideramos lejos de Él.
Veamos estos ejemplos que nos iluminan: Los discípulos de Isaías comprendieron que el nacionalismo era peligroso, que era necesario superarse como nación empezando desde el interior del pueblo. Superando los clasismos, los segregacionismos y apostándole a una reconstrucción desde una apertura universalista, integradora y comunitaria, que sirviera de inspiración para todos los pueblos, sin sentirse superior a ellos. Jesús se dejó cuestionar por esta mujer humilde y aprendió la lección. Pablo pasó de ser un fariseo perseguidor de los cristianos a un ser apóstol de Jesús que extendió la Iglesia más allá de las fronteras, para hacer más universal la propuesta evangélica se enfrentó incluso con quienes pretendían que para ser discípulos de cristo debían primero hacerse judíos.
¿Cómo actuamos nosotros hoy en nuestra realidad teniendo en cuenta esta reflexión?
“Respeten el derecho, practiquen la justicia, pues ya está para llegar mi salvación, y va a revelarse mi justicia… Yo conduciré hasta mi monte santo, para llenarlos de alegría en mi casa de oración, a los extranjeros que se adhieran a mí… Porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos”. (Is 56,1.6-7).
Oración
Oh Dios, Padre de misericordia, misterio infinito de verdad y de amor, que te has revelado a todos los pueblos para comunicarnos vida en abundancia. Gracias por los dones maravillosos que nos has prodigado a manos llenas por tantos medios, religiones, mediadores, experiencias de fe, de entrega, de generosidad y de amor. Nosotros te damos gracias especialmente por Jesús a quien reconocemos como Hijo tuyo y el hermano mayor de nuestra familia. Te bendecimos por el impulso nuevo que cada día él nos da para seguir construyéndonos como auténticos seres humanos en completa filiación contigo y fraternidad con nuestro prójimo.
Danos la fuerza de tu Espíritu para que haga desaparecer entre nosotros todo tipo de fanatismos, exclusivismos, racismos, segregacionismos y demás males que nos separaran y nos destruyen. Danos la gracia que nos impulse a trabajar unidos, a valorarnos como pueblo sin despreciar a los demás, a superarnos y crecer integral y sosteniblemente, sin destruir y explotar al otro.
Ayúdanos a vencer la injusticia, la intolerancia, el egoísmo, la avaricia y todo tipo de maldad que habita en cada ser humano. Danos el optimismo, la fe, la esperanza y la fuerza para luchar juntos por una humanidad nueva, en la cual todos tengamos la posibilidad de disfrutar de las cosas bellas que tiene la vida. Que la alegría de la salvación inunde nuestra vida y nos haga sentir hijos en plenitud. Amén.
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XVI Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo A
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[1] A los cinco primeros libros de la Biblia se le llama Pentateuco.
[2]Cabe recordar que desde ese momento vino el conflicto entre samaritanos y judíos que en tiempo de Jesús era muy notorio.
[3] Los extranjeros eran los no judíos o paganos, que los judíos radicales llamaban perros. Hoy podríamos decir, los no católicos, que siguen al Señor desde otras barcas, los que no comulgan con toda nuestra doctrina, a quienes llamamos herejes. Los no cristianos, tal vez los que no profesan ninguna religión e incluso los que se declaran ateos, pero su holocausto es la continua entrega de sus vidas a la causa de una humanidad más justa y equitativa. Tal vez muchos católicos que por nuestra leyes se ven excluidos.
[4] TORRES Alfonso; CENDALES Lola; PERESON Mario. Los otros también cuentan, elementos para la recuperación colectiva de la historia. Dimensión Educativa. Bogotá. 1992.
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