Fiesta: La Transfiguración del Señor
Martes, 6 de agosto del 2024
Color: BLANCO
- Primera Lectura. Dn 7, 9-10.13-14: “Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido”.
- Salmo Responsorial. 96, 1-2.5-6.9: “El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra”.
- Segunda lectura: 2 Pe 1, 16-19: “Y nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, mientras estábamos con el Señor en la montaña santa”
- Evangelio. Mc, 9, 2-10:“Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
“Este es mi Hijo amado, en quien Yo me complazco”
El misterio que hoy celebramos lo manifestó Jesús a sus discípulos en el Monte Tabor. En efecto, después de haberles hablado, mientras iba con ellos, acerca del reino y de su segunda venida gloriosa, teniendo en cuenta que quizá no estaban muy convencidos de lo que les había anunciado acerca del reino, y deseando infundir en sus corazones una firmísima e íntima convicción, de modo que por lo presente creyeran en lo futuro, realizó ante sus ojos aquella admirable manifestación, en el Monte Tabor, como una imagen anticipada del reino de los cielos.
Cristo es el Centro de la Transfiguración. Hacia él convergen dos testigos de la primera Alianza: Moisés, mediador de la Ley, y Elías, profeta del Dios vivo. La divinidad de Cristo, proclamada por la voz del Padre, también se manifiesta mediante los símbolos que san Marcos traza con sus rasgos pintorescos. La luz y la blancura son símbolos que representan la eternidad y la trascendencia: «Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, corno no puede dejarlos ningún batanero del mundo» (Mc 9, 3). Asimismo, la nube es signo de la presencia de Dios en el camino del Éxodo de Israel y en la tienda de la Alianza (Ex 13,21-22; 14,19.24; 40,34.38).
La Segunda Carta de San Pedro, cuando comenta la escena de la Transfiguración, pone fuertemente de relieve la voz divina. A Jesucristo «Dios lo llenó de gloria y honor, cuando la sublime voz del Padre resonó sobre él, diciendo: «Este es mi Hijo amado, en quien Yo me complazco». Y nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, mientras estábamos con el Señor en la montaña santa. Tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la que con toda razón ustedes consideran como una lámpara que ilumina en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana amanezca en los corazones de ustedes» (2 P 1,17-19).
A nosotros, hermanos y hermanas, peregrinos todavía en la tierra, se nos concede gozar de la compañía del Señor transfigurado, cuando nos sumergimos en las cosas del cielo, mediante la oración y la celebración de los misterios divinos. Pero, como los discípulos, también nosotros debemos descender del Tabor a la existencia diaria, donde los acontecimientos de los seres humanos interpelan nuestra fe. En el monte hemos visto; en los caminos de la vida se nos pide proclamar incansablemente el Evangelio, que ilumina los pasos de todos los creyentes. Dios quiera que también reflejemos el Rostro verdadero de Jesús con nuestra vida.
(Guía Litúrgica)
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