San Ignacio de Loyola

Lunes, 31 de julio del 2023

Color: BLANCO

  • Primera Lectura. Ex 32, 15-24.30-34: “Este pueblo ha cometido un pecado gravísimo haciéndose dioses de oro”.
  • Salmo Responsorial. 18, 8.9.10.11: “Señor, tú tienes palabras de vida eterna”.
  • Evangelio. Mt 13, 31-35: “Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo”.

“Lo decisivo no son los medios y las técnicas humanas, sino Dios, con su Espíritu”

El tema central de la primera lectura es la infidelidad de Israel y la fidelidad de Dios con su pueblo.

Moisés baja del Sinaí con las Tablas de la Ley. El dedo de Moisés, al grabar el decálogo sobre la piedra, es al mismo tiempo el dedo de Dios. A su regreso al lugar donde estaba acampado el pueblo de Israel, Moisés descubre el becerro de oro. En su cólera destruye las tablas al mismo tiempo que la estatua y la tira al río en donde los hebreos calman su sed y se refrescan, como para recordarles continuamente el pecado que acababan de cometer y hacerles beber el agua contaminada por la idolatría.

Aarón se defiende de su complicidad en el culto del becerro de oro y ya no se puede confiar en su sacerdocio para reconciliarse con Yahvé. La escena termina con un gesto magnífico de Moisés, que sube de nuevo al monte para interceder por su pueblo, pidiendo el perdón de Dios. Dios escucha a Moisés. El castigo llegará a su tiempo (no entrarán en la tierra prometida), pero, de momento, sigue la historia de la liberación.

Podemos aplicarnos la lectura de hoy, pensando si imitamos la ligereza del pueblo de Israel. ¿Nos hacemos dioses a nuestra medida? Puede ser que también nosotros nos fabriquemos ídolos a nuestro gusto o hacemos una imagen de Dios, o de Cristo, a nuestra medida.

En el Evangelio escuchamos las parábolas del grano de mostaza y la levadura. Un grano de mostaza se convierte en un gran árbol. La intención es clara: Dios parece elegir lo pequeño e insignificante, pero luego resulta que, a partir de esa semilla, llega a realizar cosas grandes. La levadura también es pequeña, pero puede hacer fermentar toda una masa de harina.

Es el estilo de Dios. No irrumpe espectacularmente en el mundo, sino a modo de una semilla que brota y germina silenciosamente y se convierte en planta. Como la levadura, que, también silenciosamente, transforma la masa de harina.

Esta manera de actuar de Dios, a partir de las cosas sencillas, se ha visto sobre todo con Jesús. Se encarnó en un pueblo pequeño y se valió de personas sin gran cultura ni prestigio. También en nuestros días tenemos la experiencia de cómo sigue obrando Dios, con personas que parecen insignificantes, con medios desproporcionados, con métodos nada solemnes ni milagrosos, pero eficaces por su fuerza interior. Y suceden maravillas, porque lo decisivo no son los medios y las técnicas humanas, sino Dios, con su Espíritu, quien da fuerza a esa semilla o a esa levadura.

(Guía Litúrgica)

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