Homilía: XVIII Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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  • Primera Lectura. Jr 26, 11-16.24: “Porque ciertamente me ha enviado el Señor a ustedes, a predicar a sus oídos estas palabras”.
  • Salmo Responsorial. 68, 15-16.30-31.33-34: “Escúchame, Señor, el día de tu favor”.
  • Evangelio. Mt 14, 1-12: “Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron y fueron a contárselo a Jesús”.

El amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad, no admite arreglos falsos

Juan fue Precursor de Cristo por su nacimiento, por su predicación, por su bautismo y por su muerte… ¿Se puede encontrar una sola virtud, un género de santidad, que el Precursor no haya tenido en su más alto grado? Con una vida verdaderamente austera Juan se adentra en el desierto y escoge, resueltamente, habitar en la soledad.

Juan Bautista comienza su predicación bajo el emperador Tiberio, en los años 27-28 d.C., y a la gente que se reúne para escucharlo la invita abiertamente a preparar el camino para acoger al Señor, a enderezar los caminos desviados de la propia vida a través de una conversión radical del corazón (cf. Lc 3,4). Pero el Bautista no se limita a predicar la penitencia, la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como «el Cordero de Dios» que vino a quitar el pecado del mundo (cf. Jn 1,29), tiene la profunda humildad de mostrar en Jesús al verdadero Enviado de Dios, poniéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido.

Como último acto, el Bautista testimonia con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, sin cejar ni retroceder, cumpliendo completamente su misión hasta las últimas consecuencias. San Beda, monje del siglo IX, en sus Homilías dice así: «San Juan dio su vida por Cristo, aunque no se le ordenó negar a Jesucristo; sólo se le ordenó callar la verdad» (Cf. Homilía 23). La decapitación del Bautista se explica teniendo en cuenta su coherencia moral y tenaz personalidad, que no se intimidaba ante nada ni ante nadie a la hora de denunciar la inmoralidad. Así, al no callar la verdad, murió por Cristo, que es la Verdad. Precisamente por el amor a la verdad no admitió composturas y no tuvo miedo de dirigir palabras fuertes a quien había perdido el camino de Dios.

Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad, no admite arreglos falsos. La Verdad es Verdad, no hay “vuelta floja”. La vida cristiana exige, siempre, el «martirio» de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, la valentía de dejar que Cristo crezca en nosotros, que sea Cristo quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones. Pero esto sólo puede tener lugar en nuestra vida si es sólida nuestra relación con Jesús, el Señor. La oración no es tiempo perdido, no es robar espacio a las actividades, incluso a las actividades apostólicas, sino que es exactamente lo contrario: sólo si somos capaces de tener una vida de oración fiel, constante, confiada, será Cristo mismo quien nos dará la capacidad y la fuerza para vivir de un modo feliz y sereno, para superar las dificultades y dar testimonio del Señor con valentía. Que san Juan Bautista interceda por nosotros, a fin que sepamos conservar siempre el primado de Dios en nuestra vida y ser testigos verdaderos del Reino de Dios.

(Guía Litúrgica)

Homilía: XVIII Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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