Homilía: XVIII Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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  • Primera Lectura. Jr 26, 1-9: “A ver si escuchan y se convierte cada cual, de su mala conducta”.
  • Salmo Responsorial. 68, 5.8-10.14: “Que me escuche tu gran bondad, Señor”.
  • Evangelio. Mt 13, 54-58: “Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe”.

El mensaje de hoy cuestiona nuestro diario proceder: nos presenta el relato de las andanzas de Jesús en Galilea; narra cómo fue la visita de Jesús a Nazaret, su comunidad de origen. Su paso por Nazaret, de algún modo fue doloroso para Cristo. Lo que antes era su comunidad, ahora ha dejado de serlo; algo cambió.

¿Narración de un fracaso o contraste con la admiración que otros muestran ante la actividad del Maestro? Los paisanos de Jesús no disimulan su desconcierto pues no se explican cómo el hijo de un carpintero, de José y María, atesora tanta sabiduría y tanto saber y palabras para comunicar su mensaje con la autoridad con la que Él lo hace y, además, realizar signos o milagros. Sus compatriotas se preguntan con cierta reticencia y no ocultan su desconfianza y un claro rechazo hacia Jesús de Nazaret. ¡Cuántas veces nos creemos gente «buena y religiosa» porque vamos a la iglesia, porque rezamos el Rosario como los israelitas contemporáneos de Jeremías, o los paisanos de Jesús, pero sin creer verdaderamente en la Palabra que el Señor nos dirige!

Dios interpela siempre nuestra conciencia, invitándonos a una auténtica conversión y a un cambio radical de vida. Pero esas palabras nos resultan incómodas y molestas, y muchas veces, no queremos oírlas. Por eso perseguimos al «profeta» que nos habla de conversión y no le hacemos caso a Cristo mismo, pues, al fin y al cabo, es sólo «el hijo del carpintero».

Jesús, a partir de ahora, se ocupará de iniciar a sus discípulos en el mensaje del Reino de Dios y a acoger a aquellos que le demuestran tener más fe que sus paisanos y, por tanto, escogen el pan de la Buena Noticia. Donde no hay fe, Jesús no puede hacer milagros.

Necesitamos una actitud de profunda fe y confianza en Jesucristo para querer escuchar su Palabra y no escandalizarnos cuando nos sorprende y nos «saca de nuestras casillas», de nuestra zona de confort, cambiándonos nuestros planes muy personales. Es demasiado cómoda una fe que no exige nada y que se adapta a las propias tendencias pasionales de egoísmo, de placer o de racionalismo. La fe descomprometida es una fe descafeinadak y líquida. No cambia vidas.

Pero la verdadera fe nos pone en movimiento, nos empuja a un cambio de vida, a una confianza total en Jesucristo que nos lleva a un compromiso radical de lucha contra el pecado, de caridad, de sacrificio, de dar la cara por Cristo ante los demás, sin miedos ni reparos humanos.

(Guía Litúrgica)

Homilía: XVIII Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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