Sábado, 29 de julio del 2023
Color: BLANCO
- Primera Lectura. Ex 24, 3-8: “Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con ustedes”.
- Salmo Responsorial. 49,1-2.5-6.14-15: “Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza”.
- Evangelio. Mt 13, 24-30: “Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla, y el trigo almacénenlo en mi granero”.
“Quien opta por hacer el bien sabe que tiene que enfrentar el mal en todas sus formas”
Tras el encuentro con Dios en el Sinaí, Moisés baja del monte, lee al pueblo el documento de la alianza y lo firma con la sangre derramada. Llama la atención la decidida respuesta del pueblo: “Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.” Este juramento de fidelidad es roto por el pueblo en reiteradas ocasiones. Lo mismo pasa con nosotros. En momentos de dificultad acudimos a Dios; y una vez salimos del atolladero, ni siquiera nos acordamos de Él. Como fieles seguidores de Jesús, estamos llamados a mantener esa alianza y fidelidad a Dios.
La parábola del trigo y la cizaña nos habla del bien y el mal, dos realidades con las cuales debemos contar. La parábola comienza diciendo que un hombre sembró buena semilla en su campo y que mientras su gente dormía vino su enemigo sembró cizaña y se fue. El mal actúa en forma sutil sin que nadie se dé cuenta, por eso tiene mil maneras de manifestarse; a veces nos despista porque aparece camuflado entre lo que tenemos por bueno.
Quien opta por hacer el bien sabe que tiene que enfrentar el mal en todas sus formas. Jesús conoció la maldad y la corrupción de la sociedad de su tiempo, pero siempre fue paciente y daba segundas oportunidades. En esta parábola su consejo es que dejemos crecer juntos el trigo y la cizaña, y que al tiempo de la cosecha ya habrá oportunidad para separarlos. Algunos, creyéndose mejores o superiores, han pretendido organizar el mundo desde sus propios intereses o motivaciones raciales, religiosas, política; excluyendo y a veces hasta eliminando a los “otros”. Jesús nos dice que hay quien siembra cizaña en su campo. Él habla de “un enemigo” que actúa de noche. No hay que extrañarse (de) que existan fuerzas opuestas al Reino de Jesús.
Hay que tener paciencia y ser un poco más tolerantes, no ser demasiado precipitados en nuestros juicios ni dejarnos llevar de un excesivo celo, queriendo arrancar a toda costa la cizaña. Si Dios tiene paciencia y concede a todos un margen de rehabilitación, ¿quiénes somos para desesperar de nadie y para tomar medidas drásticas, con un corazón sin misericordia?
No es que Jesús nos invite a no luchar contra el mal, o que no nos advierta que hemos de saber discernir lo que es trigo y lo que es cizaña, lo que son ovejas y lo que son lobos. Sino que nos avisa que no seamos impacientes, que no condenemos ni tomemos la justicia por nuestra mano. Eso lo dejamos a Dios, para cuando Él crea llegado el momento, “cuando llegue la siega”. Y, por tanto, no nos ponemos en una actitud de queja continua ni de condena sistemática de los demás, buscando una comunidad perfecta y elitista, o como los fariseos, que se creían los perfectos y juzgaban a los demás.
(Guía Litúrgica)
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