Jueves, 27 de julio del 2023

Color: VERDE

  • Primera Lectura. Ex 19, 1-2.9-11.16-20: “El Señor bajó al monte Sinaí, a la cumbre del monte, y llamó a Moisés a la cima de la montaña”.
  • Salmo Responsorial. Salmo : Interleccional: Daniel 3, 52.53.54.55.56: “A ti gloria y alabanza por los siglos”.
  • Evangelio. Mt 13, 10-17: “¡Dichosos sus ojos, porque ven, y sus oídos, porque oyen!”.

“Los ojos de los sencillos son los que descubren los misterios del Reino”

Dios se apareció a su pueblo, en el monte Sinaí o el Horeb, donde ya se había aparecido a Moisés y hará después con Elías. Dios se sirve también de los fenómenos naturales para dar a conocer su presencia salvadora. Como la zarza ardiente había sido un signo en el encuentro con Moisés, aquí lo hace como una gran tormenta resonando en el macizo de la montaña, o como un temblor de tierra o incluso un fenómeno de erupción volcánica, con humaredas grandiosas, fuego y estrépito. Dios prepara psicológicamente al pueblo antes de dictarle las cláusulas de la Alianza.

El pueblo reconoce la grandeza de Dios y se purifica para encontrarse con Él, aunque sólo Moisés es invitado a subir al monte. En el Nuevo Testamento Dios se nos ha acercado mucho más suavemente. Como a Elías en una ligera brisa, a nosotros nos ha venido en la forma de un niño que nace en Belén. Hoy, nuestro encuentro con Él se da en la proclamación de su Palabra, o la celebración de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, o a través de las palabras y los ejemplos de las personas que nos rodean.

Las parábolas de Jesús son claras enseñanzas sacadas de la cotidianidad de nuestro diario vivir para hacer entender su intención a todos. Menos a los que no quieren entenderla. Si ayer la parábola del sembrador empezaba hablándonos de la siembra y del fruto final, hoy la explicación que empieza a dar Jesús se fija, más bien, en aquellas personas que no están dispuestas a que la semilla produzca fruto en sus vidas.

¿Por qué unos entienden y otros no? Jesús habla sobre personas que oyen, pero no entienden, y miran, pero no ven: la explicación es que «son duros de oído y han cerrado los ojos para no ver ni oír ni entender ni convertirse».

 Al final, la conducta de cada uno y las actitudes que ha tomado ya previamente, son las que deciden si ve o no ve, si quiere oír o no. Cada persona es responsable de captar el don de Dios, acogerlo o rechazarlo.

Los ojos de los sencillos son los que descubren los misterios del Reino. No los ojos de los orgullosos o complicados. Hemos recibido de Dios el don de la fe y con sencillez intentamos responder a ese don. Nos hemos enterado del proyecto de salvación de Cristo y lo estamos siguiendo. Pero también podemos hacer ver que no oímos o que no entendemos, porque, en el fondo, no nos interesa aceptar el contenido de lo que oímos o de lo que vemos. Y no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver.

¿Hacemos caso, cada día, de la Palabra que oímos? ¿Nos dejamos interpelar por ella también cuando resulta exigente y va contra la corriente de este mundo o contra los propios gustos? Con honestidad respondamos para nosotros mismos estas preguntas. Dios nos bendiga.

(Guía Litúrgica)

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