Homilía: XVII Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

Color: VERDE

  • Primera Lectura. Jr 7, 1-11: “Enmienden su conducta y sus acciones, y habitaré con ustedes en este lugar”.
  • Salmo Responsorial. 83,3. 4.5-6a y 8a.11: “¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos!”.
  • Evangelio. Mt 13, 24-30: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”.

El Salmo 83 nos sumerge en el anhelo profundo del alma por habitar en la casa del Señor, donde incluso el gorrión encuentra un hogar y la golondrina un nido para sus crías cerca de tus altares, Oh Señor.

Esta imagen poética resalta la belleza y la paz que se encuentran en la presencia de Dios, invitándonos a reflexionar sobre nuestro propio deseo de cercanía con el Divino, donde cada corazón busca ser «peregrino» hacia ese lugar sagrado que es encuentro con el amor y la gracia divina.

Jeremías, en su profético llamado a la reforma, nos advierte sobre la falsa seguridad de confiar en rituales vacíos mientras se ignora la esencia de la justicia y la misericordia. Su mensaje nos recuerda que la verdadera adoración no se limita a los confines de un templo, sino que se manifiesta en la vida cotidiana a través de acciones justas y compasivas.

En la parábola del trigo y la cizaña hoy recibimos una enseñanza poderosa sobre la paciencia y la sabiduría divina. Jesús nos explica que el Reino de los Cielos puede ser comparado a un campo donde coexisten el trigo y la cizaña. Aunque nuestra inclinación pueda ser arrancar inmediatamente la cizaña, Jesús nos invita a esperar, a dejar que trigo y cizaña crezcan juntos hasta la cosecha. Este mensaje puede aplicarse en nuestras vidas al recordarnos la importancia de la paciencia y la tolerancia en nuestras interacciones con los demás. Así como el campo contiene trigo y cizaña, nuestras comunidades y nuestras propias vidas son mezclas complejas de bondad y falibilidad.

La enseñanza de dejar crecer la cizaña con el trigo nos recuerda que el juicio pertenece a Dios, quien ve el corazón y conoce el verdadero valor de cada persona. En nuestras vidas, esto significa resistir la tentación de juzgar precipitadamente a los demás, reconociendo nuestra propia necesidad de misericordia y crecimiento. Así como el agricultor permite que la cizaña y el trigo coexistan hasta el momento de la cosecha, estamos llamados a vivir en una comunidad de paciencia y gracia, trabajando por el bien mientras dejamos espacio para la transformación tanto en nosotros mismos como en los demás.

Que cada uno nos inspiremos a buscar la presencia de Dios con un corazón sincero, a vivir justamente, y a practicar la paciencia y la compasión, recordando que, en el reino de Dios, la última cosecha de nuestras vidas será recogida con amor y sabiduría divina.

(Guía Litúrgica)

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