Martes, 23 de julio del 2024

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  • Primera Lectura. Miq 7, 14-15.18-20: “¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad?”.
  • Salmo Responsorial. 84, 2-4.5-6.7-8: “Muéstranos, Señor, tu misericordia”.
  • Evangelio. Mt, 12, 46-50:“El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”.

El libro de Miqueas, con su poderoso mensaje de juicio y esperanza, nos invita a reflexionar sobre la misericordia divina y la justicia, enfatizando que el verdadero culto a Dios se manifiesta en la justicia social y el amor compasivo hacia los demás. En el pasaje seleccionado, Miqueas clama por el pastoreo de Dios hacia su pueblo, recordándonos la fidelidad y misericordia de Dios que perdura, dispuesto a perdonar y reunir a su rebaño una vez más.

Este tema de la misericordia y el perdón divinos es eco en el Salmo Responsorial, que celebra la reconciliación de Dios con su pueblo. El salmo resalta la bondad y la fidelidad de Dios, que restaura la fortuna de su tierra y perdona la iniquidad de su pueblo. Es un canto de esperanza que anticipa la paz y la justicia que fluyen de la bondad de Dios.

En el Evangelio según San Mateo, Jesús amplía la definición de la familia al declarar: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Al señalar a sus discípulos, revela que la verdadera familia no se limita a los lazos de sangre, sino que se extiende a todos aquellos que hacen la voluntad de Dios. Esta enseñanza es fundamental para nosotros creyentes, pues subraya que la comunidad de fe, la Iglesia, es una familia espiritual unida no solo por creencias compartidas, sino también por el compromiso mutuo de vivir según el Evangelio.

La meditación sobre estos textos nos lleva a considerar nuestra propia respuesta al llamado divino de actuar con justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con Dios, como lo expresó Miqueas. Nos desafía a mirar más allá de nuestras propias necesidades y a extender la mano en amor y servicio a los demás, especialmente a aquellos que son marginados y olvidados.

Al reflexionar sobre el mensaje de Jesús acerca de quiénes son su madre y sus hermanos, somos invitados a reconocer y vivir la realidad que somos parte de una familia espiritual más amplia, llamada a encarnar el amor y la misericordia de Dios en el mundo. Esta perspectiva nos compromete a acoger a todos como hermanos en Cristo, trabajando juntos para construir el Reino de Dios aquí en la tierra.

Que nos inspiremos a vivir con una mayor conciencia de nuestra identidad y misión como miembros de la familia de Dios, comprometiéndonos a ser instrumentos de su amor y misericordia en todas nuestras relaciones y encuentros.

(Guía Litúrgica)

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