Domingo, 20 de julio del 2025
- Primera lectura: Gen 18,1-10: Sara, tu mujer, te habrá dado un hijo.
- Salmo Responsorial: 14: Procede honradamente y practica la justicia.
- Segunda lectura: Col 1,24-28: Lo que estaba escondido se nos ha revelado.
- Evangelio: Lc 10,38-42: Escogió la mejor parte, y nadie se la quitará.
Color: VERDE
En tiempos de Jesús, la situación de las mujeres judías era bien difícil. La mujer era considerada inferior desde el punto de vista legal, social y religioso. No contaba como persona, cada vez era más marginada y reducida a la vida privada. Aunque algunas mujeres de la clase dominante tenían cierta autonomía, por lo general, su situación era igual a la de los esclavos y menores de edad.
“Eran consideradas más como cosas que como personas. Antes del matrimonio estaban sometidas a la autoridad del padre, con el matrimonio pasaban a ser propiedad del hombre que el padre le había escogido como esposo. Éste debía pagar por ella al padre una cantidad de dinero o dote. Si el esposo moría o la mujer era repudiada, el que asumía la tutela era el hijo mayor, de no existir su familia de origen. El hombre era más que esposo o padre de la mujer, su dueño y amo en casi todos los aspectos.
Por considerárseles inferior al hombre y de segunda categoría, sin capacidad de poder llevar una vida independiente, se les veía sometidas a muchas humillaciones. Como se veía objeto de deseo y de pecado, en la calle o en los caminos debían pasar inadvertidas, taparse la cara con dos velos para no mostrar su rostro y tener la cabeza cubierta. “La mujer que salía a la calle con la cara y la cabeza descubiertas ofendía las buenas costumbres; podía ser despedida de la casa por su marido y era motivo de divorcio, sin pago alguno de la suma estipulada en el contrato matrimonial”.
No podía, tampoco, hablar con algún hombre en la calle, menos si era casada, ni coser en la puerta de su casa, pues corría el peligro de ser repudiada (Dt 24,1ss). A pesar de eso, las mujeres pobres debían salir a trabajar en labores del campo o del comercio, situación que no era bien vista. En caso de que le tocara trabajar en el campo, no debía quedarse sola.
El padre tenía el derecho de venderla si quería. Entre los 12 y 14 años podía darla en matrimonio, que se consideraba válido después del contrato oficial con el padre y una vez dados los desposorios. La desposada ya se consideraba viuda si el prometido moría. En caso de adulterio debía recibir una pena: lapidación.
La mujer valía porque le servía al varón y le daba hijos. El varón podía tener más mujeres, sólo se le prohibía cometer adulterio con mujeres casadas. La mujer debía ser fiel. El derecho al divorcio estaba exclusivamente del lado del hombre, quedándole a la mujer únicamente el derecho a pedir la anulación jurídica del matrimonio en caso de injurias o falta de respeto radical que la pusieran en situación indigna.
Los derechos y deberes religiosos estaban muy restringidos para las mujeres. “En principio, ella estaba sometida a todas las prohibiciones de la Torá, pero en realidad quedaba muchas veces liberada de ciertos preceptos culturales temporales, obligación para los varones. Por ser mujer no se le enseñaba la Torá, ni siquiera aprendía a leer y a escribir. Sólo se les enseñaba a cumplir sus obligaciones domésticas. Éste era el papel asignado para ellas en la sociedad y en la familia patriarcal. Las escuelas eran exclusivas para los niños varones. En las familias de clase alta, las hijas recibieron cierta formación profana en griego”.
No podían entrar al lugar santo del templo (donde se presentaban los sacrificios), sino quedarse en el atrio de los gentiles y de las mujeres. En las sinagogas no podían hacer la lectura de la Torá, pues era una deshonra y debían estar separadas de los hombres para no tener contacto físico. El Rabino Eliécer, en el año 90 d. C, decía: “Quien enseña la Torá a su hija, le enseña el libertinaje, porque hará mal uso de lo que ha aprendido”. “Gracias, Señor, por no haber nacido infiel, ni inculto, ni esclavo, ni mujer”, rezaba una oración de la época: “Bendito seas Señor porque no me hiciste mujer, pues ellas no están obligadas a los mandamientos, sino sólo a las prohibiciones”.
La literatura sapiencial resaltaba la labor de la mujer siempre en la casa: “Mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Su valor supera en mucho al de las joyas. En ella confía el corazón de su marido y no carecerá de ganancias. Ella le trae bien y no mal todos los días de su vida. Busca lana y lino… extiende su mano al pobre, y alarga sus manos al necesitado. No tiene temor de la nieve por los de su casa, porque todos los de su casa llevan ropa de lana.” (Prov. 31,10-31). Ahí vemos claramente la cultura patriarcal: la mujer estaba para las labores domésticas, nomás.
No podían heredar ni eran aceptadas como testigos en un juicio. No tenían acceso a las fiestas en las que había invitados. Sólo podían hacer acto de presencia en el acto del sábado y en la Pascua. La participación de mujeres en una fiesta para varones era mal vista (Mc 14,3; Lc. 7,36-50). Entretener a los hombres con bailes, durante las comidas, era cosa de rameras.
Era muy importante tener hijos y la carencia de estos se consideraba una desgracia, inclusive, como un castigo de Dios, razón para tomar una segunda esposa. Según los precarios avances de la ciencia médica, los hijos eran del varón; la mujer solamente prestaba el vientre. Si la mujer le daba sólo hijas, también, era un problema: “Dichoso aquel cuyos hijos son varones y desdichado aquel cuyos hijos son mujeres”, rezaba un dicho. Una mujer viuda, sin hijos varones, seguía dependiente de la familia del marido. La ley mandaba que se casara con un hermano del difunto esposo para dejar así un hijo al finado (Dt. 25,5-10; Mt 12,18-27).
Jesús tuvo su propia manera de ver a la mujer: las acogió con amor y les mostró la misericordia y el perdón de Dios. Ellas hicieron parte del grupo de sus amigos más cercanos y fueron enviadas a predicar la Buena Noticia. O sea, fueron discípulas y apóstoles.
Detrás de este texto evangélico de Lucas no está la supremacía de la vida contemplativa sobre la vida activa. Este texto fue utilizado muchas veces para decir que las comunidades religiosas contemplativas habían escogido la parte mejor, porque estaban siempre a los pies de Jesús. Aquí no está la rivalidad entre la vida contemplativa y la vida activa. Y menos, es una defensa de los contemplativos como supremacía del seguimiento de Jesús. Estas dos dimensiones tienen que estar bien integradas en la vida del discípulo y el apóstol. Todo ser humano necesita espacios para la actividad, así como para la reflexión y la contemplación.
Quiero resaltar en este texto lucano el enfrentamiento con la cultura dominante que excluía a la mujer, la tenía como una sirvienta o como una porcelana, y la nueva vida que le ofrecía Jesús al abrirle las puertas de su escuela.
Recordemos que la escuela de Jesús no tenía sitio fijo. Él enseñaba en el camino, en la playa, en la barca, en la casa, en la sinagoga, en la mesa, en todo sitio.
En su camino hacia Jerusalén fue acogido por Martha, que en arameo, significa, señora de la casa. Martha representa la visión cultural que dice: “Las mujeres son para la cocina. ¿Una mujer manejando? ¡Qué peligro! ¿Una mujer de jefe? ¡Qué adefesio! ¿Una ministra de Dios? ¡Qué herejía! ¿Un hombre en la cocina? ¡Huele a caca de gallina! ¡Definitivamente unos nacimos para mandar y otros para obedecer!”
Pero eso no es otra cosa que patadas de un agonizante que se niega a aceptar sus errores y no quiere soltar el poder. Eso manifiesta nuestra incapacidad para aceptar que el mundo, así como las instituciones, manejadas exclusivamente por varones han fracasado. Necesitamos abrir los ojos y ver las prepotencias fálicas de los dueños del mundo y su devastadora lógica de poder y domino.
María representa la mujer que se abre caminos para aprender. Estar a los pies de Jesús significa participar de su escuela. Ser discípula. Ella lo fue, cosa que para ese momento estaba totalmente prohibido. Jesús le abrió las puertas de su corazón, se hizo su amigo, su hermano, su maestro.
Marta protestó porque su mentalidad no le permitía concebir que una mujer hiciera escuela con un maestro. Ellas debían limitarse a servir a los hombres. A partir de su práctica, Jesús le dijo a Marta, y en su nombre, a quienes pensaban que las mujeres eran sólo para los oficios varios, para satisfacer y obedecer a los hombres como esclavas: “Marta, Marta, tú andas preocupada y te pierdes en mil cosas: una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada.” (v. 41b-42)
La práctica de Jesús nos debe cuestionar hoy, sobre todo, a las personas que le tienen pavor al cambio y andan inquietas y nerviosas como Marta. Sobre todo, a quienes tienen en sus manos el poder, manejan esquemas patriarcales y jerárquicos convertidos en tabúes. A quienes están dispuestos a hacer lo que sea para evitar que las mujeres sirvan en otros ministerios distintos a los de recoger limosna, dar comunión y otros oficios varios. Esta práctica de Jesús debe animar, particularmente, el camino discipular y apostólico de las mujeres y su deseo por construir historia de salvación. Este Evangelio nos debe impulsar a hacer un sincero discernimiento de Espíritu, sin rabias ni resentimientos, con serenidad y apertura a la gracia; necesitamos evaluar el papel de la mujer en nuestras comunidades eclesiales a fin de que juntos sigamos construyendo la Iglesia que Dios quiere y mundo necesita, para bien de todos.
Oración
Señor Jesús, aquí estamos a tus pies, como María, dispuestos a escucharte. Te abrimos nuestra mente, nuestro corazón, todo nuestro ser para que tu Palabra llegue a lo más profundo de nosotros y transforme toda nuestra vida. Te damos gracias por tu camino discipular, por la apertura a todas las personas: hombres, mujeres, adultos, jóvenes, ancianos, niños, pobres, ricos, “puros”, “impuros”…
Gracias por María y por todas las mujeres que fueron pioneras contigo en la vida discipular y apostólica por el Reinado de Dios y su justicia. Danos la gracia de ser auténticos discípulos y discípulas. Danos el don de tener una profunda oración y un gran compromiso con el trabajo por una humanidad nueva. Que podamos integrar nuestros dones y carismas y los pongamos al servicio de los hermanos.
Danos la decisión firme para superar estructuras piramidales, patriarcales y androcéntricas, que segregan a las mujeres y dañan la armonía de las comunidades. Danos la sabiduría para cambiar todo aquello que necesitamos cambiar y para formar comunidades integrativas y comprometidas con tu causa. Amén.
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